¿Es este el final del camino para los dioses del rock nerd?
Fuente: Rolling Stone
Neil Peart conduce como toca la batería. En una resplandeciente tarde de mediados de abril en Los Ángeles, recién salido de un ensayo para lo que podría convertirse en la última gira de su banda, Rush, acelera su Martin DB5 1964 estilo Goldfinger para entrar en una rampa de salida en la autopista 405 y tomar una peligrosa curva. Esta es la forma en la que Peart hace las cosas: con una intimidante maestría técnica y un particular gusto por lo gloriosamente excesivo.
Él juega un rol central en Rush, escribiendo las letras, fungiendo como la conciencia designada de la banda, ejecutando solos tan largos y estructurados que terminan siendo bautizados con títulos propios.
Para una casta particular de músicos de rock, el baterista es un Dios de nivel Clapton-en-el-66: Dave Grohl lloriqueó después de conocerlo.
Además, Peart es un corredor de autos amateur y también un conocedor de rampas de salida. “Las pistas de carreras están diseñadas para que sea lo más difícil posible girar con rapidez en las esquinas”, dice con las manos firmes en el volante sobre el sonido revolucionado del motor. “Y algunas rampas, por necesidad, también son así. He estado escogiendo algunas favoritas, y esta rampa en la 405 hacia Wilshire es increíble”.
Peart, de 62 años, tiene una nariz prominente y ojos cafés siempre atentos. Es alto, viste una camiseta negra, khakis negros y unos zapatos deportivos Prada; tiene brazos musculosos de constitución atlética, a pesar de describirse a sí mismo como debilucho mientras crecía. Es amigable, mucho más de lo que esperarías del tipo que escribió las letras al himno antilambisconería Limelight (“No puedo pretender como si un extraño fuera un amigo de toda la vida”), pronunciando todo con un rico tono barítono. Como el riguroso autodidacta, obsesivo gramatólogo y virtuoso escritor que es, ha producido tantos libros, ensayos y letras que no puede evitar hacer notas al pie mientras habla: “Cuando escribí sobre eso, dije…”.
Los fans de Peart lo consideran el mejor baterista vivo del rock, y sus colegas parecen concordar. Ha ganado premios de la encuesta del Modern Drummer en 38 ocasiones. Incluso aquellos que se confiesan alérgicos al inhumano espectáculo de destreza que desata con su enorme batería, reconocen el talento de Peart para la composición y el drama: los fans de Rush saben que sus beats hipersincopados y sus brutales fills son ganchos pop en toda regla.
“Neil es el baterista con el que la gente más ha hecho air drumming en la historia”, explica el ex baterista de The Police, Stuart Copeland, amigo personal, influencia musical y compañero ocasional de jams de Peart, que apunta a un sentido base de groove bajo toda la ostentación: “Neil propulsa esa banda, que ya tiene muchas ideas y musicalidad entre cada ocho tiempos, pero él mantiene el pulso que es lo importante. Y puede hacer eso mientras hace todo otro tipo de cosas maravillosas al tiempo”.
A Neil Peart le gusta hacerse algunas preguntas esenciales. Una de ellas es: “¿Qué es lo más emocionante que puedo hacer hoy?”. La respuesta lo ha llevado a viajar de un show de Rush a otro en su motocicleta BMW en vez de hacerlo en avión o en bus (dándole pesadillas al mánager de la banda), y a embarcarse en viajes extracurriculares de bicicleta por el Oeste de África, China y Europa. Él busca llenar cada minuto de su vida con tanta plenitud como le sea posible, lo cual podría explicar su desborde en lo musical.
La otra cuestión —que para muchos supone un dilema moral— es: “¿Qué haría el Neil de 16 años?”. Durante su adolescencia, Neil era un desadaptado chico de suburbio que vivía a hora y media de Toronto y que escribía “Dios ha muerto” en la pared de su cuarto y se metía en problemas por usar su pupitre como batería durante clases. La noción de castigo que su maestra tenía era que continuara aporreando el pupitre durante las horas extra que debía quedarse en la escuela, y él felizmente cumplía, recreando las partes de Keith Moon en Tommy. Durante años Peart llevó colgado del cuello un pedazo de címbalo destruido de la batería de Moon, que recogió del escenario durante un concierto que The Who ofreció en Toronto.
GRANDES DESIGNIOS Peart, Lee y Lifeson en 1976. “Nunca nos hemos tratado mal entre nosotros”, dice Lee, “si no estamos de acuerdo con algo, solo ponemos mala cara. ”.
En sus primeros años —durante los cuales le abrieron prácticamente a todas las bandas grandes de los años 70—, Peart y sus compañeros de grupo —el vocalista y bajista Geddy Lee y el guitarrista Alex Lifeson— se sentían incómodos por eso que el baterista describiría luego como el “sonido del vendedor”. “Escuchábamos [a las bandas] siempre dar el mismo discurso a la gente”, dice Peart. “‘¡Esta es la mejor ciudad del mundo!’. Daba miedo. Desprecio la deshonestidad cínica”. Sin embargo, se llevaban bien con los chicos de Kiss. “Nos drogábamos con Ace Frehley en su habitación de hotel y lo hacíamos reír”, recuerda Lee, “y fueron una muy buena influencia sobre nosotros en cuanto al aprendizaje de cómo montar un show”.
Sin embargo, les sorprendió descubrir cómo Gene Simmons y Paul Stanley veían a Kiss como un producto. “No quiero criticarlos”, dice Peart. “Pero una vez estaba en un pequeño restaurante de Kansas, y había un tipo con tatuajes de Kiss Army que tocaba sus canciones en la rocola. Creía ciegamente en una campaña de marketing como si fuera una religión. Era como un converso a la Cienciología”.
En últimas, lo que Peart quiere es que ese chico purista y raro que algún día fue esté orgulloso de aquello en lo que se ha convertido. “Se trata de ser tu propio héroe”, dice. “Estoy convencido de que nunca traicionaré los valores que tenía a los 16 años: nunca venderme, nunca rendirme ante el sistema. No hay negociaciones”.
Rush ha pasado 41 años dominando el arte de no hacer concesiones. Han hecho felices a sus más fieles fans, ignorando a casi todos los demás, y eso les ha funcionado bastante bien. Hay bandas más extrañas y bandas más grandes, pero ninguna tan extraña ni tan grande al mismo tiempo. Durante cada fecha de su actual gira, Rush recorre su catálogo en reversa, así que la segunda mitad está prácticamente dedicada a su trabajo de los años 70, mostrando a la banda en su estado más puro, excepcional y, podría decirse, más genial.
En ese entonces tenían canciones tan épicas que continuaban de un álbum al otro, incluyendo, desde luego, Cygnus X-1: Book One: The Voyage. Lee ofrecía feroces y precisas interpretaciones de bajo mientras gritaba como si tuviera un pedal overdrive en la garganta, llegando a notas tan altas que hacía sonar a Robert Plant como Leonard Cohen. Peart ejecutaba múltiples ritmos al tiempo que utilizaba palabras polisílabas, mientras Lifeson creaba riffs proto-thrash, partes acústicas de corte clásico, acordes tintineantes y pistas sonoras particularmente exuberantes. Eran más brutales y ruidosos que sus predecesores progresivos Yes y Genesis: a ratos, Rush sonaba como si hubieran creado su estilo alrededor de lo que proponían estos últimos en Watcher of the Skies. “Éramos jóvenes”, recuerda Peart, “y tontos y valientes y divertidos”.
Cuando llegaron los años 80, Rush descubrió el poder de la concisión y los sintetizadores, grabando canciones que se inscribieron inmediatamente en los anales del rock clásico: The Spirit of Radio, Freewill, Tom Sawyer, Limelight. “Cuando llegaron el punk y el new wave”, dice Peart, “éramos lo suficientemente jóvenes como para incorporarlos orgánicamente a nuestra música, en lugar de tomar una postura reaccionaria, como algunos músicos a los que escuchaba decir: ‘¿Y ahora qué, se supone que debemos olvidar cómo tocar?’. Nosotros tomamos una postura de: ‘Ah, nosotros queremos [probar] eso también’. Para Moving Pictures (1981) lo logramos, aprendimos a ser discretamente complejos y a reducir grandes arreglos a cuestiones concisas”.
Pueden haberse cortado el pelo y usado corbatas delgadas, pero los Rush siempre se mantuvieron fieles a su militancia de power trío: Lee desempeñaba varias tareas, tocaba el bajo y cantaba; además manipulaba sintetizadores y disparaba pistas rítmicas, una hazaña que llevaba su virtuosismo a los confines de la disciplina circense. “Cada ensayo terminaba gritando: ‘¡No puedo!’”, dice Lee. “Pero hubiera sido raro tener a otra persona en el escenario con nosotros. Hablábamos de ello todo el tiempo, ¡todavía lo hacemos! Pero jamás lo consideraríamos, yo no podría permitirlo”. Tenían sus propias reglas y siempre se apegaban a ellas; por ejemplo, Peart nunca ejecuta el mismo fill de batería más de una vez en una canción.
Rush ha mantenido la misma alineación durante cuatro décadas, desde que Peart sustituyó al baterista original, John Rutsey, justo después de la grabación del primer disco. Han discutido pocas veces. “Nunca nos hemos tratado mal entre nosotros”, dice Lee, “así que si no estamos de acuerdo con algo, solo ponemos mala cara. Es algo muy canadiense. Aunque antes nos gustaba pegarle a Alex cuando decía algo estúpido”.
“Si alguno de nosotros fuera un poquito menos estable”, dice Peart, “un poquito menos disciplinado o menos divertido, menos bueno o diferente en cualquier aspecto, no habría funcionado. Así que todo es una especie de milagro”.
Recientemente Rush ha vuelto a desplazarse hasta el centro de la cultura pop con un exitoso documental, Rush: Beyond the Lighted Stage, así como con su inclusión al Salón de la Fama del Rock & Roll en 2013. Pero el fin se acerca, o al menos eso parece. Rush permitió que su mánager, Ray Danniels, hiciera una nota en el boletín de prensa en la que se aclaraba que la actual gira: “Podría ser la última de esta magnitud”, una versión muy canadiense y discreta de las enormes despedidas que los promotores suelen dar a conocer. “Muy probablemente sea nuestro último tour”, dice Lee. “No puedo asegurarlo. Pero eso no significa que no queremos seguir trabajando juntos, o que no queramos cooperar en otro proyecto creativo. Además, tengo ideas para shows que podríamos realizar y que no necesariamente involucren una gira”.
“Creo que no nos molesta pensar en la posibilidad de que sea la última gira”, agrega Lifeson, de 61 años, que tiene problemas de salud y desea pasar más tiempo al lado de sus nietos. A Peart nunca le ha gustado salir de gira, y todo se remonta a su primer mes de tour, en 1974, lo que lo llevó a amenazar con convertirse en un músico de estudio en 1989. Pero las preocupaciones del baterista se han incrementado.
Para empezar, sufre por separarse de su hija de cinco años, Olivia. Son muy cercanos e, incluso, Peart se sabe de memoria los nombres de los personajes de Bubble Guppies, la caricatura favorita de Olivia. “Durante la última gira me di cuenta de que le hace bien que yo esté ahí, y es terrible cuando me voy”, dice Peart, que se mudó de su nativa Canadá a Los Ángeles a principios de siglo. Él y su esposa durante 15 años, Carrie Nuttall, decidieron no informarle a Olivia sobre la gira hasta una semana antes de que arrancara.
Además, Peart se ha cuestionado sobre su capacidad física para continuar con los shows de Rush, una tarea que ha comparado con “correr un maratón mientras resuelves ecuaciones”. Pero, hasta ahora, está sorprendido con lo que puede lograr. “Todo me duele, pero eso está bien”, dice. “Poder hacerlo aún es gratificante, no solo al nivel en el que quisiera estar, sino mejorándolo continuamente”.
Temprano en la mañana los tres miembros de Rush llegan a los Mates Studios, un espacio con estructura de bodega en el poco glamoroso distrito de Van Nuys, en donde la banda ensaya para sus grandes giras desde finales de los 80. Los aguarda un cuarto con paredes de ladrillo, atestado de equipos como un Guitar Center y un gigantesco tapete negro con el logo del R40 Tour. Lee utilizará 26 bajos vintage durante esta gira: “Un desfile de la historia del bajo”. Peart tocará con dos kits de batería diferentes, que durante los ensayos se encuentran uno junto al otro. El de placas doradas corresponde a su ensamble actual; el otro, que utilizará para las canciones viejas, es una recreación precisa de su kit cromado de 1978, con el tipo desnudo de la contraportada de 2112 en el bombo y todo.
Peart, que tiene puesto el sombrero redondo de estilo africano que suele llevar en el escenario, encuentra todo un reto con sus antiguos equipos. Ahora su manera de tocar es fluida y relajada, pero en los viejos tiempos su presencia era más contraída y con el ceño fruncido tras los címbalos. “Ahora todo se siente cómodo”, dice acerca de su nuevo kit. “Puedo tocar sin tener que mirar siquiera. Pero en el kit viejo, todo es tan estúpido y complicado, como solía ser yo en esa época”.
Lee, por su parte, demuestra sus pedales para bajo, que en realidad son una especie de sintetizadores de pie que se despliegan en el piso como las teclas de un piano. “A veces son un teclado”, dice. “A veces una máquina de efectos sonoros. Como si no tuviera suficientes cosas por hacer. ¡Baila, chico mono, baila!”.
“Estamos practicando nuestros errores”, replica Lee. Antes solían molestar a Peart por su insistencia en que se prepararan individualmente durante el mes previo a iniciar los ensayos grupales, diciéndole que era el único hombre en la Tierra que “ensaya para ensayar”. Ahora todos hacen lo mismo. Lifeson, que vive a pocos pasos de Lee en Toronto, tiene el método más simple: le sube el volumen a las canciones de Rush en su estudio casero y toca sobre ellas.
Hoy, Rush repasa su primer set, que inicia con canciones de su álbum más reciente, Clockwork Angels, un aguerrido álbum de concepto, que vuelve sobre los temas de ciencia ficción que Peart abandonó tiempo atrás. Su productor, Nick Raskulinecz, creció con Rush y los alentó precisamente a reconciliarse con sus aspectos más Rush en esencia, instando a Lee para que usara su registro vocal más alto, animando a Peart para que incluyera un solo de batería en toda la intrincada mitad de Headlong Flight.
Peart golpea su redoblante tan duro tocando esa canción durante el ensayo, que le hace vibrar la piel de su quijada. Lee, vestido con jeans oscuros y camiseta descolorida, toca sinuosas líneas de bajo en su Fender verde sin mayor esfuerzo; Liefson, en jeans claros y sueltos y camiseta gris, se encuentra inmerso en su propio mundo sobre el ala derecha, acertando todas las notas de una truculenta progresión de acordes. Al final, Peart se seca el sudor del rostro colorado con una toalla.
La banda encuentra mayor dificultad con el pesado instrumental The Main Monkey Business, tropezándose sobre el final. “Cerca”, dice Lee. “Dos de tres lo hicieron bien”, dice Peart (“No puedes permitir que eso suceda en una banda de tres integrantes”, apuntaría luego.) “Entré bien pero luego me enredé”, lamenta Lifeson. “Hay un estúpido beat atravesado ahí”.
Almuerzan en una sala de descanso, en donde Lifeson, que intenta mantener un régimen bajo en carbohidratos, opta por un steak. “Vas a dormir durante el resto del set”, dice Peart, que elige un plato principal más ligero, pero luego se devora un tazón de helado: tocar batería quema un montón de calorías.
En una pared entre amarillo y naranja hay colgados llamativos retratos de Jeff Beck, Alice Cooper, Prince y los antiguos compañeros de gira de Rush, Kiss, además de una reproducción del arte de portada que hizo John Entwistle para The Who by Numbers. Acabando el almuerzo, un roadie les deja ceda dental y pequeños palitos de limpieza con goma, que Lee y Lifeson usan inmediata y enérgicamente; los tipos en esas fotos pueden tener una mística rocanrolera más tradicional, pero cuando se trata de higiene oral, Rush gana.
Después de comer, el set list sigue de regreso en el tiempo, llegando a una de las mejores canciones de Rush, Subdivisions, de 1982. Este lamento de un adolescente atrapado en los suburbios fue un punto de ruptura para Peart, dejando de lado la fantasía y las disertaciones filosóficas por una emoción sin ornamentos. “En ningún lado hay lugar para el soñador o el desadaptado tan solitario”, entona Lee, sobre una ominosa marcha de sintetizadores y un beat que lucha consigo mismo, como espejo a la lucha del narrador. “¡Adáptate o sé desterrado!”.
Hace mucho tiempo yo era un adolecente suburbano fan de Rush, camiseta de la gira Roll the Bones incluida y todo. Es una experiencia intensa tener a la banda tocando esa canción en particular a cinco pies y directo en mis audífonos, después de todos estos años. “Al crecer todo parece tan unilateral”, canta Lee, abalanzándose sobre un teclado, con su bajo colgándole de la cintura. “Todas las opiniones son provistas / El futuro predecidido”. Me seco los ojos de la manera más discreta posible. Grohl podría entenderlo.
“Muchos de los temas de fantasía del principio eran solo por diversión”, dice Peart luego. “Porque aún no estaba seguro de poder incluir elementos realistas en una canción. Subdivisions resulta ser el himno de muchas personas que crecieron bajo esas circunstancias, de ahí en adelante entendí que lo que más deseaba contener en una canción era la experiencia humana”.
Lee (izquierda) y Lifeson en la Fisherville Junior High School de Toronto.
ANTES DE LIMELIGHT
“En la siguiente canción interviene Minnie Mouse”, le informa Geddy Lee a una arena vacía en Tulsa, Oklahoma, con un agudo falsete. Es un ensayo general algunas semanas más tarde y Rush recién termina la suite Xanadu, con Lee y Lifeson cargando instrumentos de doble mástil y Lee intentando llegar a esas notas altas que parecían tan fáciles y de excelente gusto cuando tenían 23. “Realmente no sabía lo que estaba haciendo en ese entonces. Simplemente me dedicaba a gritar. Me llevó unos 10 años aprender que hay unos tonos más apropiados para cantar”.
Inexplicablemente, a pesar de toda su autocrítica, Lee es una presencia formidable: pulcro, de aspecto juvenil, imperturbablemente dueño de sí mismo, con un ápice de afilada suspicacia bajo su afabilidad. “Es un hombre tan inteligente y con tanto mundo que puede resultar intimidante”, dice Raskulinecz, que produjo los últimos dos álbumes de Rush. “En mi experiencia, Geddy es el líder de la banda”. Con el pelo a la altura de los hombros, su distintiva nariz y lentes tipo John Lennon, ciertamente es el integrante más identificable, incluso con una gorra puesta, los fans lo reconocen.
Lee no tendría problemas para mantenerse ocupado sin Rush. Él y su esposa, Nancy Young, tienen propiedades en Londres y Toronto, y pasan mucho tiempo viajando. Es un coleccionista serio de muchas cosas, incluyendo arte, vino y pelotas de baseball. Pero él parece mucho menos deseoso de retirarse de las giras que sus compañeros. “Definitivamente soy el más entusiasta en el trabajo”, dice. “Mezclar conmigo es una pesadilla, ellos tienen que raparme las grabaciones de las manos porque siempre me obsesiono con que queden perfectas. Me encanta montar shows, amo tocar para la gente, así que no tengo dudas en esa área. Los otros sí tienen sus dudas, y tienen otras necesidades en sus vidas que yo no”.
Peart en su habitación a los 16 años.
“Veo a Ged y veo a un hombre que es 10 años más joven de lo que indica su acta de nacimiento”, dice Danniels, su mánager. “Y los otros dos chicos tienen la edad que informa su acta”.
Lee toma nota de aquellos que han agraviado a su banda, aunque sus ajustes de cuentas son bastante amigables: en los días de Rush como teloneros, Aerosmith fue notablemente hostil con ellos, negándoles la posibilidad de hacer soundcheck y bajándoles el volumen cuando estaban sobre el escenario. “La mayoría de bandas le temían a Rush”, dice su fiel director de iluminación, Howard Ungerleider. “Tocaban mucho mejor, y eso los intimidaba”. Durante el periodo más problemático de Aerosmith, a inicios de los años 80, The Joe Perry Project fue telonero de un Rush que ascendía a la fama y, como recuerda Ungerleider, Lee pidió al equipo que tratara generosamente a Perry, permitiéndole hacer soundchecks tanto como deseara. Cuenta la historia que Lee fue al camerino de Perry para preguntarle si lo estaban tratando bien. Cuando Perry dijo que sí, Lee respondió: “Qué bien. Porque no me gustaría que nadie se sintiera como nosotros cuando fuimos tus teloneros” (Lee no recuerda la conversación con precisión, pero dice que Perry le ofreció una disculpa).
Lee fue quien alentó más la transformación de Rush en los 80, tras los excesos progresivos de Hemispheres de 1978. Entre otros problemas, las pistas musicales de todo el álbum fueron grabadas sin haberse asegurado de que Lee pudiera cantar sobre ellas. “Compusimos en un tono putamente complicado”, dice, con la frustración de hace 37 años aún vigente. “Fueron las dos peores semanas de grabación de voces que he tenido en mi vida”.
Después de ese álbum —que empezaba con los 18 minutos de la segunda parte de Cyngus y Lee cantando frases como “Un espíritu deshabitado / Estoy muerto y no he nacido”— el frontman le dijo a Peart y Lifeson que Rush necesitaba empezar de nuevo. “Les dije: ‘Nos hemos vuelto una fórmula, como todas esas bandas que no soportamos’”, recuerda. “‘Qué tal si en seis minutos intentamos hacer algo más armonioso pero igualmente intrincado, con momentos musicales realmente complejos que tengan una energía diferente’. Así empezamos con Spirit of Radio y ese tipo de canciones”.
Lee ha sido amigo de Alex Lifeson desde que eran adolescentes, durante los años 60. Incluso el guitarrista juntó a Lee con Young, con quien se casó en 1976. Lee, nacido Gary Lee Weinrib, es hijo de sobrevivientes del Holocausto, y atribuye su determinación a sus padres. Se conocieron en un campo de concentración en Polonia alrededor de 1941, y ya se habían enamorado para cuando fueron recluidos en Auschwitz. “Tenían como 13 años”, dice Lee, “así que era un cuento surreal de preadolescencia. Mi papá sobornaba a los guardias para llevarle zapatos a mi mamá”. Mientras la guerra se desarrollaba, su madre fue transferida a Bergen-Belsen y su padre a Dachau.
Cuando los aliados liberaron los campos, su padre fue en busca de su madre. La encontró en Bergen-Belsen. Se casaron ahí y migraron a Canadá. Pero los años de trabajo forzado dañaron el corazón del padre de Lee, quien falleció a los 45 años, cuando Lee tenía 12. La madre de Lee tuvo que comenzar a trabajar, dejando a sus tres hijos al cuidado de su abuela. “Si mi padre hubiera sobrevivido”, dice Lee, “yo no estaría aquí hablando contigo, porque era un tipo duro, y si no quería que yo hiciera algo, no lo hacía. Perderlo fue un golpe terrible, pero el rumbo de mi vida cambió porque mi madre no podía controlarnos”.
La madre de Lee quedó devastada cuando su hijo le dijo que dejaría la escuela para tocar rock & roll. “La hice sufrir”, dice Lee, “además de que acababa de perder a su esposo. Sentí como que debía asegurarme de que valiera la pena. ¿Por qué hice todo eso? Porque quería demostrarle que era un profesional, estaba trabajando duro y no era un simple lunático”.
Llegamos con Peart a un pequeño edificio enrejado que queda a un par de millas de su casa y que utiliza como oficina y garaje para su colección de automóviles vintage. Sirve un vaso de Macallan 12 en las rocas para cada uno. Las paredes están cubiertas por afiches de autos y fotos que Peart ha tomado en sus viajes.
En los 70, Peart irritó a la prensa de rock con su afinidad por la heroína libertaria Ayn Rand. Los críticos no dudaron en tachar de fascista a Rush cuando la refería como “genio” en los agradecimientos de los álbumes. 2112 de 1976, la mini ópera-rock que catapultó a Rush, era en parte un guiño a la novela de ciencia ficción de Rand, Anthem. No hay nada realmente controversial en del mensaje proindividualista de 2112: es difícil imaginar que alguien se ponga de parte de los tipos malos que quieren mandar sobre las “palabras que lees / las canciones que cantas / las imágenes que le dan placer a tus ojos”. Pero un primer acercamiento a Rand, en su canción poco imaginativamente titulada Anthem, resultaba más problemática. Y la alegórica power ballad The Trees —acerca de unos maples que condenan el bosque al reclamar “derechos igualitarios” sobre unos robles que al ser demasiado frondosos les obstruyen la luz— fue tan estridente como para convencer a un joven Rand Paul de que por fin había encontrado una banda de rock de derecha.
Peart superó su fase de Ayn Rand hace años ya, y ahora se describe como un “libertario de corazón sangrante”, citando como transformativos sus viajes por África. Afirma mantenerse firme frente al mensaje de The Trees, pero aparte de eso, es su aspecto de corazón sangrante el que parece ser más dominante. Peart se convirtió recientemente en ciudadano estadounidense, y difícilmente le daría su voto a Rand Paul o a cualquier republicano. Peart dice que es “muy obvio” que Paul “odia a las mujeres y los hispanos”. Rush le envió una orden de desistimiento para que dejara de citar la letra de The Trees en sus discursos.
“A una persona de mi sensibilidad solo te queda como opción el partido Demócrata”, dice Peart, que también llama a George W.Bush “un instrumento de la maldad”. “Si eres una persona con un poco de compasión, y tienes frente el tema del sistema de salud: ¿negarle misericordia a la gente que está sufriendo? ¿Es eso cristiano?”.
Por su parte, Peart no es cristiano y ha dudado de la existencia de Dios desde que era pequeño: “Cantaba los himnos y leía las historias de la Biblia, pero siempre andaba perplejo: ‘¿Realmente, Jesús te quiere para que seas un rayo de sol o para qué?’”. En la canción explícitamente ateísta Freewill, se burlaba de aquellos que “eligen la guía preelaborada de alguna voz celestial”. Y en Roll the Bones de 1991 proponía un escalofriante cosmos aleatorio en donde los niños desafortunados “nacen solo para sufrir”: ‘Salimos al mundo y tomamos nuestros riesgos / La fe es solo el peso de las circunstancias… ¿Por qué estamos aquí? / Porque estamos aquí / Rueda los huesos’”.
Durante estas últimas décadas Peart parece haber suavizado su racionalismo obtuso, especialmente habiéndose enfrentado dos insufribles tragedias paralelas. El 10 de agosto de 1997, la hija de 19 años de Peart, Selena, murió en un accidente de automóvil en un largo viaje hacia su universidad en Toronto. Solo cinco meses después, la madre de Selena —su compañera en unión libre, Jackie— sería diagnosticada con cáncer terminal, sucumbiendo después muy rápidamente. “Jackie recibió la noticia casi que de manera agradecida”, escribió Peart en Ghost Rider, su angustioso libro de memorias de ese momento. Peart le dijo a sus compañeros que lo consideraran retirado, luego se embarcó en un viaje solitario de motocicleta por los Estados Unidos, en busca de sentido y consuelo.
CUENTA REGRESIVA En Dallas, durante mayo. “Muy probablemente sea nuestro último tour”, dice Lee. “No puedo asegurarlo”.
Peart volvió a casarse en el 2000 y en 2001 se reunió con Rush. Pero Roll The Bones estuvo en su mente más de una vez en esos años de oscuridad. “Dios, esa canción”, me dice en medio de una cena en un restaurante brasilero cerca a su casa al que llegamos en otro Aston Martin, “cuando algo realmente malo sucede, inmediatamente buscas un por qué. Y te vuelves hacia lo sobrenatural: ‘Alguien debe haberme maldecido, debo haber hecho algo realmente horrible, Dios está enfadado conmigo’. Tuve que examinar cuidadosamente todo esto nuevamente buscando un sentido”.
Pero él sigue prefiriendo la parte de “porque sucede” como explicación a la de que los horrores del destino son parte de un plan divino. “Hazte un favor”, dice. “Nunca me digas: ‘Todo pasa por una razón’, porque podría matarte”.
Cerca a la media noche, y con el tour de Rush por comenzar en menos de 24 horas, Alex Lifeson se arrodilla sobre el cojín de un sofá cerca a una ventana de su cuarto de hotel, exhalando humo de hierba en el húmedo aire de Tulsa (si eres parte de Rush y quieres colocarte, puedes hacerlo de manera considerable). De repente experimenta un violento ataque de tos. “Bueno, eso es lo que sucede con esta marihuana por estos días”, dice, pasándome el porro. “Es tremendamente expansiva en tus pulmones”. Las calles abajo de nosotros parecen de un vacío posapocalíptico. “Es un pueblo con mucha actividad esta noche”, dice Lifeson.
Tal como Lee, Lifeson es hijo de inmigrantes, en este caso, de Yugoslavia. A los 16 años, su novia, Charlene, quedó embarazada de su primer hijo (se casaron cinco años después y todavía están juntos), lo cual agregó presión a lograr el éxito con la primera encarnación de Rush. “Ciertamente era una preocupación”, dice. “Pero siempre tuve un plan B, podía convertirme en plomero”, dice. “¡Podrías ganar buen dinero en la plomería!”, dice imitando el acento eslavo de su padre.
Obedeciendo su personalidad, Lifeson es más instintivo y salvaje que sus compañeros de banda. “Es muy espontáneo”, dice Lee. “Uno de los guitarristas más infravalorados. Creo que es porque su genialidad es tan sutil como su invención de acordes y su inusual elección de notas”.
Lifeson ha enfrentado varias crisis graves de salud. Recibe inyecciones para artritis psoriásica y fue hospitalizado por anemia a causa de una hemorragia de úlcera hace algunos años, teniendo que recibir transfusiones de sangre. Por años tuvo problemas considerables para respirar, sintiendo que sus pulmones nunca se llenaban del todo. Cuando se sometió a la cirugía de úlcera recientemente, su doctor descubrió el problema. “Mi estómago estaba detrás de mi corazón, haciendo presión sobre el pulmón”, dice. Ahora todo ha vuelvo a su lugar, y se emociona ante la idea de tocar shows sin luchar por el aire que respira.
En el cuarto de hotel, Lifeson toma su guitarra acústica PRS de su propio modelo personalizado y toca por largo rato, con los ojos cerrados, repiqueteando una amplia serie de acordes pastorales y riffs galopantes tipo Led Zeppelin III. Nada de eso suena como nada que haya en el catálogo de Rush. “Eso es lo que hago”, dice. Hizo lo mismo la noche anterior, regresó a su habitación después de ensayar por tres horas con Rush para hacer más música. “Me senté y toqué la guitarra aquí, borracho y drogado, durante una hora. Honestamente, soy muy afortunado. Puedo sentarme y tocar por horas para mi propio deleite. No tiene nada qué ver con Rush. Es un ejercicio de puro placer”.
La noche siguiente, Rush por fin arranca su gira, y todos los meticulosos ensayos de la banda se ven frustrados por el entusiasmo de los fans: la multitud está tan extasiada que la banda apenas y puede escucharse a sí misma en los monitores.
“Todos nuestros ajustes técnicos se volvieron obsoletos”, dice Lee, animadamente, entre sorbos de champaña en un cuarto de backstage después del show. Como ya es habitual, Peart subió a su motocicleta cuando terminaron, pero los otros chicos se quedaron con el crew para celebrar.
“Meses enteros de preparación que no significaron nada”, dice Lifeson encogiendo los hombros. Pero ellos aprecian el fervor. “Había un chico en la segunda fila durante Xanadu”, dice Lee. “¡Pensé que se le iba a salir la cabeza, no podía contenerse! Pensé que le iba a dar un infarto”.
Durante el show Lee presentó la canción Jacob’s Ladder, del álbum Permanent Waves, como “una canción que nunca hemos tocado en vivo”. “Ged nunca se equivoca”, dice su hermano. Pero en este caso lo estaba, y de manera notable: no solo Rush ya había tocado esa canción, sino que había sido grabada para el LP en vivo de 1981, Exit… Stage Left, como lo hicieron notar algunos fans instantáneamente en línea. Lee aún no puede creer su metedura de pata y empieza a buscar trivias de Rush en su teléfono, sentado en un sofá. “La cagué”, reconoce, eventualmente. “No tengo recuerdo alguno de haber tocado Jacob’s Ladder antes”.
Ahora Lifeson interpreta la voz de fan agraviado: “¡Odio a estos hijos de puta! ¡Son unos mentirosos!”.
Le sugiero a Lee que siga diciéndole al público que nunca habían tocado esa canción antes, solo para sacar de quicio a los fans. Medita esa idea. “Debería decirles: ‘Hay gente que está insistiendo en que ya tocamos esto antes. ¡Son unos mentirosos de mierda!’”.
Lifeson imita su voz como si fuera Cartman haciendo de Geddy en South Park: “Soy Geddy Lee y si digo que no la hemos tocado antes, ¡no la hemos tocado antes!”.
Estos tres viejos amigos todavía disfrutan lo que hacen, y de repente parece impensable que este sea el final. Peart parecía particularmente emocionado sobre el escenario, agregando algunos trucos de baqueta, sonriendo durante Xanadu. Resulta que su hija ha reaccionado mejor de lo que podía haber imaginado a la noticia de que salía de gira. “Creo que Neil está sintiéndose más optimista”, dice Lee, “porque ha resultado más fácil de lo esperado”.
Por su parte, Lee parecía incapaz de darle fin al show. “Gracias por estos 40 maravillosos años, realmente lo apreciamos”, grita, después de que la banda termina con su recorrido musical inverso tocando Working Man. Justo antes de abandonar el escenario, Lee mira por encima de sus gafas, dirigiéndose a la audiencia de 19 mil asistentes, ofreciendo un poco de consuelo: “Esperamos verlos de nuevo alguna vez”.
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