Fuente: Rolling Stone
Con su concierto en casa, esta colaboración reinventa los éxitos de los monstruos del thrash metal.
Si te vas a parar frente a 18 mil fanáticos acérrimos de Metallica para darles una lección en historia de música clásica, más te vale tener algo interesante por decir. Por suerte, Michael Tilson Thomas, el director de la Sinfónica de San Francisco, se los ganó con facilidad. Después de todo tenía a la banda de su lado.
Después de hablar del futurismo, ese movimiento artístico del siglo XX, presentó una obra del compositor ruso Alexander Mosolov y le dio la bienvenido a los metaleros de Bay Area para que se unieran a la orquesta. “El futurismo nunca será igual”, opinó. Y estaba en lo correcto. El grupo le añadió riffs de metal a una pieza avant-garde, convirtiéndola en una especia de monstruo. Ese fue el espíritu de la noche.
20 años después de que Metallica y la Sinfónica de San Francisco tocaran juntos por primera vez, anoche hicieran un concierto llamado S&M2 (el álbum de la grabación original se tituló S&M). Aunque la primera presentación apenas tuvo un público de 3.500 personas, esta vez fue gigantesco. Se trató del evento que inauguró el Chase Center de San Francisco, el nuevo hogar de los Golden State Warriors de la NBA, y la banda tocó en un escenario giratorio. La idea tenía su riesgo (¿qué tal que la orquesta hubiera arruinado las canciones?), pero la banda eligió temas que sonaran bien con arreglos de cuerdas y vientos. Hubo algunos grandes éxitos (One, Wherever I May Roam), otros cortes más desconocidos (All Within my Hands, The Unforgiven III), y un solo de bajo salvaje (Anesthesia (Pulling Teeth)), convirtiendo cada tema en una pequeña sinfonía. Y eso no es una tarea pequeña.
Por casi cuatro décadas los grandes gestos han definido la experiencia de la música de Metallica: películas en IMAX, sus propios festivales, un poema rockero con Lou Reed. Esa necesidad de ser gigantescos es algo que comparten con los compositores clásicos; Beethoven necesitaba de una orquesta enorme para que pudiera sentir su música porque era sordo. Ver a Metallica tocar con otros 75 músicos es la prueba de que en el hard rock y el heavy metal el tamaño sí importa.
Claro, ya lo habían demostrado hace dos décadas –Moody Blues y Deep Purple lo probaron hace medio siglo cuando se convirtieron en los primeros grupos en colaborar con orquestas–, pero en el Chase Center, Metallica y la Sinfónica de San Francisco llenaron de sonido el recinto.
Hasta la Sinfónica mostró que puede lidiar con una legión de metaleros sin Metallica cuando comenzó el concierto con una presentación de The Ecstasy of Gold, la composición de Ennio Morricone para El bueno, el malo y el feo. Fue hermoso, y los fanáticos lo demostraron con un grito ensordecedor. La orquesta repitió la jugada con Scythian Suite del ruso Sergei Prokofiev. El público no la conocía, aunque Thomas la supo vender al describir la perspectiva “primitivista” como “este hermoso baile de una venganza emocionante”.
Pero demostraron su verdadera rudeza cuando Metallica salió para que tocaran juntos la primera canción, The Call of Ktulu. Las cuerdas crearon un ambiente cinematográfico, casi como algo de James Bond, mientras James Hetfield y Kirk Hammett tocaban la introducción. En un punto el tema se volvió puramente metalero, con los vientos subiendo la temperatura y los timbales golpeando junto a la batería de Lars Ulrich. La gente los adoró y rugieron ante los músicos.
“Bienvenidos a esta maravillosa aventura”, dijo Hetfield antes de The Memory Remains. En este punto el público ya estaba totalmente cautivado, hasta cantó la melodía vocal de Marianne Faithfull que la sección de cuerdas ya tenía cubierta. La Sinfónica le añadió un poco de Morricone a The Outlaw Torn, y cuando llegó el momento de tocar la única canción original de Metallica y la orquesta, No Leaf Clover, se unieron a la perfección para luego recibir una ovación de pie. Y ese era apenas el preámbulo.
En la segunda mitad del concierto, después de un intervalo de 20 minutos, Metallica demostró que cualquier cosa es posible con la Sinfónica. Hetfield cantó The Unforgiven III con la orquesta, sin los otros tres integrantes de la banda. Los arreglos le dieron brillo a una versión acústica de All Within My Hands. Aunque la mayor sorpresa fue el solo de Cliff Burton en Anesthesia (Pulling Teeth) a manos del bajista de la Sinfónica, Scott Pingel, que tocó un instrumento eléctrico y se liberó entre los giros y cambios del tema, incluso después de que Ulrich se le uniera.
Las canciones menos conocidas dividieron al público, aunque todos se unieron para los éxitos de la banda, que tuvieron un acompañamiento orquestal nuevo. One, por momentos, se sentía como una composición de Danny Elfman, y en un punto Hetfield se inclinó hacia atrás, como si estuviera capturando la esencia de ese momento. En la mitad de Master of Puppets hubo más drama de lo normal, con la orquesta poniendo la base para un solo en conjunto entre Hammett y Hetfield.
Pero fueron dos canciones hacia al final las que capturaron el espíritu de la noche. Enter Sandman fue más pesada de lo normal gracias a la incorporación de Michael Tilson Thomas en los teclados, aunque Nothing Else Matters fue el punto más alto de S&M. Ya existían los arreglos orquestales para el tema de Black Album, pero aquí, por tercera o cuarta vez, se tocó como fue grabado en estudio con una sinfonía. En la letra se puede escuchar la esencia del concierto: “Open mind for a different view” [Mente abierta para una visión distinta]. Juzgando la reacción del público, esa parte refleja que Metallica debería ponerse a explorar con más frecuencia, no solo cada 20 años.
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