Fuente: Rolling Stone
De Pink Floyd a Jethro Tull y de King Crimson a Genesis, pasando por exponentes más oscuros como Henry Cow y Gryphon, un viaje a lo mejor –y más desafiante– del movimiento que dio vuelta la música entre 1969 y 1978.
No es chiste: la cultura de la cancelación nació con el rock progresivo. El más hostigado de los estilos rockeros tuvo su cénit a principios de los setenta, y su cancelación siguió a los pocos años cuando, atravesando una grave crisis económica, los ingleses se hartaron de ver camiones transportando parafernalia para sus majestuosos shows. Entonces aparecieron los punks. Y empezaron a tachar nombres.
Frente a esos y otros excesos, estuvo muy bien rescatar el ritmo básico del rock. Pero pasado cierto tiempo el gesto resultó excesivo. En una época en que el jazz, el folk, la improvisación, la electrónica y la música contemporánea hacían avances revolucionarios, el rock progresivo fue una natural evolución de la psicodelia que picoteó en lo que sonaba alrededor, resultando en un nivel de creatividad pocas veces oído.
En esta exploración, es de notar cómo los rockeros más formales (Yes, Genesis, ELP) abrevaron en los clásicos románticos, mientras los inquietos (King Crimson, Van der Graaf) bucearon en el free-jazz, Stravinsky y Béla Bartók y los osados (como Henry Cow, cuyo nombre deriva del compositor Henry Cowell), en la improvisación y las vanguardias.
Si bien hubo ejemplos de rock progresivo en casi todo Occidente y Europa oriental, el estilo, mal que les pese a muchos, es tan inglés como la tradición del té. Hubo varias razones para que esto fuera así. Mientras en Estados Unidos iban de la psicodelia al country folk –un movimiento que podría considerarse regresivo–, en Gran Bretaña había hacia el rock una distancia emocional, de terruño, que apartó a los ingleses de la mentada “autenticidad” norteamericana. Gracias a esa distancia, el paso de muchos por el programa gubernamental de escuelas de arte y el tradicional sentido del absurdo los animó a experimentar con las más disparatadas estrategias sin sonrojarse.
A contramano del protocolo, para no caer en lugares comunes y poder dar un panorama amplio del prog inglés, la siguiente lista de discos incluye dos álbumes de las bandas más relevantes y algunos que, como el caso de Brian Auger’s Oblivion Express, sin pertenecer estrictamente al estilo enfatizan algunas características menos populares. Este recorte parcial en un marco amplio permite ver el género fuera de arquetipos con los que –a menudo por defecto de sus mismos protagonistas– se lo ridiculizó (el virtuosismo, “la épica”, “la pompa”), y entrever cuánto influyó en movimientos aparentemente hostiles, como el post-punk, y cuánto tiene aún para ofrecer a los contemporáneos.
La música hecha en el período comprendido entre 1969 y mediados de los setenta fue exuberante, sin duda; pero también inteligente.
1. Pink Floyd – The Dark Side of the Moon (1973)
La niña bonita del prog-rock. Si bien llegó cuando el glam empezaba a robar socios, los números lo dan favorito en las encuestas: 310 semanas consecutivas en el ranking, 50 millones de copias vendidas; ¡y 120.000 más como disco pirata cuando aún no había terminado la grabación! Al inicio, el grupo estaba tan perdido que pensaba dedicarse a hacer música de películas, cuando a Roger Waters se le ocurrió hacer un disco sobre las presiones del hombre moderno, la locura y la muerte. Cuesta creerlo, pero en aquel momento hablar de cosas mundanas era novedoso. Después, sus altas dosis de electrónica y efectos lo volvieron un clásico de la drug music.
2. King Crimson – In the Court of the Crimson King (1969)
Los Stones volvían a perder de locales. Primero fue con The Who en el Rock & Roll Circus, unos meses atrás, y ahora con una ruidosa banda novel en el Hyde Park, durante el concierto tributo a Brian Jones. De nada sirvieron las invocaciones al diablo frente a las cacofonías de free-jazz y rock primitivo de “21st Century Schizoid Man”, el madrigal en dioramas de “I Talk to the Wind” o el himno que titula el debut de un monarca que no hablaba de leyendas, sino de una humanidad esquizoide escribiendo su epitafio. El propio Pete Townshend dijo haber visto en este disco el futuro.
3. High Tide – Sea Shanties (1969)
En pleno ascenso del hard y el rock de raíz blusera, representado por Led Zeppelin, Fleetwood Mac y Deep Purple, este cuarteto tomó la delantera y, sin medias tintas, quemó naves en un festín de riffs que se autodestruyen en segundos. El guitarrista Tony Hall echa chorros de lava y canta pesadillas en tono monocorde, mientras el violinista Simon House (futuro Hawkwind y Bowie) eleva las disonancias. Extremo en demasía para su época, Sea Shanties es el primer álbum de prog-metal y un oscuro absolutamente esencial de ambos géneros.
4. Third Ear Band – Third Ear Band (1970)
Los años 69 y 70 signaron la mutación de la psicodelia en algo inasible, aún sin nombre, representado por los discos de Pink Floyd del período y los de Third Ear Band, sus compañeros del sello Harvest, una banda de esotéricos instrumentistas. Su epónimo segundo disco, con cuatro tracks titulados “Earth”, “Fire”, “Air” y “Water” (por lo cual se lo conoce como Elements), es un magma de percusión, oboe, chelo, viola y violín que circula entre drones, aires medievales y folk europeo con resultados tan bellos como inquietantes.
5. Soft Machine – Third (1970)
Basta de palabras. La patafísica del baterista y cantante Robert Wyatt tenía harto al inexpresivo Mike Ratledge. Al llegar 1970, el tecladista tomó las riendas del extrío psicodélico y lo expandió con el saxofonista Elton Dean y tres vientos prestados del Keith Tippett Group. El resultado fue un doble LP instrumental con una composición por lado: dos suyas, una del bajista Hugh Hopper y una de Wyatt (única concesión al canto). Entre el bajo y el órgano exprimidos con fuzz, las redes percusivas y las mortales sirenas de bronces, el Canterbury sound nació aquí.
6. Emerson, Lake & Palmer – Emerson, Lake & Palmer (1970)
Si bien eran populares, la militancia rockera nunca le perdonó a Keith Emerson la ocurrencia de un power trío con teclados en lugar de guitarras. Ok, cada tanto Greg Lake colaba un punteo, pero ¿cómo justificar semejante pompa? En realidad, para los que se atrevan, los cinco primeros discos tienen grandes momentos. En especial el debut: irreprochable, con tracks como “Knife Edge”, algo así como Led Zeppelin con sintetizadores, y la joyita, “Take a Pebble”, donde están algunas de las mejores vocalizaciones y solos de piano capturados en vinilo. Escuchen y me darán la razón.
7. Colosseum – Daughter of Time (1970)
Bajo la conducción del baterista Jon Hiseman y el saxofonista Dick Heckstall-Smith, Colosseum fue una extraordinaria banda capaz de sutilezas y fortísimos que el mismo Jack Bruce adoptó tras la disolución de Cream. Con el operático tenor de Chris Farlowe como invitado, este último álbum de estudio muestra al grupo en su esplendor, con picos en los violentos contrapuntos circenses de la balada “Time Lament” y la guitarra proto post-punk de Dave Clempson en la frenética “Take Me Back to Doomsday”. Un disco tan refinado como voraz.
8. Caravan – In the Land of Grey and Pink (1971)
“Parada en un campo de golf, vestida de PVC, encontré a una golfista, vendiendo tazas de té”. Con los aires a Alice in Wonderland de esta introducción (después se besarán, hablarán en morse y lloverán pelotas de golf) empieza el más inglés de los clásicos progresivos. El humor pythonesco y la métrica cambiante, con preponderancia del señorial barítono de Richard Sinclair, impregnan las canciones de un melodicismo campante que convirtió a Grey & Pink en uno de los más entrañables discos del período.
9. Nucleus – We’ll Talk About It Later (1971)
Nucleus tenía expertise en los laberintos modales de Miles Davis y, de la mano del trompetista Ian Carr –que habría de escribir la biografía definitiva del genio de Illinois–, este segundo disco resulta la perfecta aleación del Miles eléctrico con sabor Canterbury. Las escalas orientales de oboe, las armonías flotantes del saxo de Karl Jenkins junto a la red percusiva de John Marshall (dos futuros Soft Machine) y la lacerante guitarra de Chris Spedding testimonian por qué Nucleus revolucionó el Montreaux Jazz Festival unos meses antes.
10. Pink Floyd – Meddle (1971)
Opacado por el éxito de Dark Side of the Moon, es Meddle, en realidad, el mayor logro del Floyd post-Barrett y el nexo entre el aleph psicodélico del debut y el estrellato de The Wall años después. Es el álbum en el que Pink Floyd resuelve su interés por lo abstracto, y en tracks como “One of These Days”, “Fearless” (con el ominoso “You’ll Never Walk Alone” cantado por la hinchada del Liverpool), y la suite “Echoes” (con la guitarra tratada de Gilmour que se aprecia en el film Live At Pompeii) descubre las melodías adecuadas para su estilo espacial.
11. Van der Graaf Generator – Pawn Hearts (1971)
El pináculo de la sagrada trilogía de VDGG llega en esta biblia negra del prog. En “Man-Erg”, Peter Hammill despliega una lucha de ángeles y demonios en la mente de un hombre, mientras la música emula un cuadro de El Bosco con clusters de saxos, teclados y percusión que llegan al paroxismo en “A Plague Of Lighthouse Keepers”, la suite sobre el guardián de un faro que encuentra a diario cuerpos en las playas. La representación de un hundimiento, fantásticos sonidos nocturnos y la voz vital de Hammill entronizan esta sublime odisea acuática.
12. Brian Auger’s Oblivion Express – A Better Land (1971)
La rareza: un disco sin pirotecnia. En los sesenta, Brian Auger había fogoneado los sótanos de rhythm & blues británico con su órgano Hammond, pero al empezar la nueva década armó una banda inspirado en el jazz-rock que llegaba allende el océano. Y A Better Land es su obra más lograda. Con impecables arreglos de guitarra y armonías vocales, es el disco ideal para recibir la noche. Imaginen al Yes de The Yes Album interpretando el primer disco de Steely Dan y estarán a las puertas de este tesoro escondido.
13. Jethro Tull – Thick as a Brick (1972)
La crítica dijo que Aqualung era un disco conceptual. Mordaz, Ian Anderson respondió con lo que él creía conceptual: la historia de un niño ganador de un concurso por un poema que, luego, se descalificó por obsceno. ¿Quieren más? El “poema” es la letra que se oye en la suite que ocupa las dos caras del disco, cuya portada reproduce el escándalo en un diario igualmente apócrifo. Obra maestra de la sátira y el exceso, al finalizar sus 33 secciones, que oscilan entre la introspección folk y trombas rockeras, quedás extenuado o te enamorás del disco.
14. Yes – Close to the Edge (1972)
En gran parte, las genialidades de Close to the Edge se explican por las improvisaciones del grupo que el ingeniero Eddy Offord compaginó en dos largas suites. El disco fue, digámoslo así, el equivalente del Bitches Brew de Miles Davis para el rock progresivo. Pero no necesitamos ese crédito para admirar, al inicio del track homónimo, ese bosque petrificado de sintetizadores que la guitarra de Steve Howe arrasa como un pterodáctilo envenenado. Pasado medio siglo, todavía lo disfrutamos como un niño en la realidad aumentada de Epcot.
15. Kingdom Come – Kingdom Come (1972)
Después del desquicio psicodélico de Galactic Zoo Dossier, la banda del legendario Arthur Brown –pionero del shock-rock que salía a cantar su hit “Fire” con una corona de fuego– pergeñó una suerte de obra conceptual sobre el mar (como antídoto al fuego, ¿ok?). Con el teatral crooning de Brown timoneando un barco a la deriva, la travesía incluye collages sonoros, cut-up de delirios instrumentales y parodias de óperas y madrigales. Algo así como los Monty Python en plan rockero, bajo la supervisión de Frank Zappa.
16. Henry Cow – Legend (1973)
Por sus dinámicas grupales y complejas métricas, el debut de Henry Cow pateó en su momento el avispero: al fin aparecía alguien capaz de disputarle el trono a King Crimson. La exuberancia del quinteto, que pasaba la energía del rock por filtros europeos como la composición, la improvisación, el folk de los países del este y la música de Kurt Weill, los volvió un hueso duro de roer hasta para las hordas progresivas. Pero vale la pena entrarle a este disco, fundador de una escena (Rock in Opposition) que influirá en la movida experimental del downtown de NYC años después.
17. Gentle Giant – In a Glass House (1973)
Desde la ventana calada del sobre original, el quinto álbum de estos multiinstrumentistas de formación clásica es una sofisticada caja de sorpresas. Adentro, cuatro tracks con envoltorio de hard rock acuñan dos bellísimas canciones de cuna, y dentro de cada pista anida un sinfín de recursos: órganos de carrillón, paneos de xilofón, fanfarrias, aires de violín, contrapuntos vocales. Tercer opus de un trío inmaculado, con Octopus y Acquiring the Taste, que demostró el éxito del cruce entre el rock y la música de cámara.
18. King Crimson – Lark‘s Tongues in Aspic (1973)
Si el leitmotiv del rock progresivo era evolucionar, o a lo sumo cambiar, fue Robert Fripp quien marcó el ejemplo con las incesantes reformaciones de King Crimson. Pero esta alineación se llevó las palmas. Alternando entre un místico gamelán y una atronadora eléctrica, el track homónimo (quizá lo mejor del grupo) te tiene saltando del sillón para subir y bajar el volumen, mientras al otro extremo el rock más directo de “Easy Money” y la soñadora balada “Book of Saturday” fueron la clave estilística para que Crimson perdure en el tiempo.
19. Gryphon – Red Queen to Gryphon Three (1974)
Tras debutar con una obra maestra de folk donde reinaba un absurdo típicamente inglés, estos egresados del Royal College of Music electrificaron su búsqueda en el tesoro medieval e isabelino con instrumentos tradicionales (fagot, krumhorn, flautas) y no tanto (bajo, batería, teclados). En cuatro composiciones que emulan una partida de ajedrez, el grupo, lejos de abrumar, se divierte con métricas irregulares, ritmos intrincados, abruptos contrastes y veloces cánones al servicio de elevar el patrimonio ancestral con espíritu lúdico. Un deleite de principio a fin.
20. Genesis – The Lamb Lies Down on Broadway (1974)
En Selling England by the Pound Genesis pintó su verde aldea amenazada por el capitalismo salvaje, y después viajó a la manzana de la discordia para un álbum cuya víctima era un ficticio (pero verosímil) paria: el portorriqueño Rael. Cinéfilo que se hallaba trabajando en un guion con William Friedkin, Peter Gabriel pobló su Broadway de monstruos bíblicos, personajes de cartoon y anestesistas sobrenaturales. Y, si bien la historia es confusa, el anclaje de narración y música es tan visual que el disco late como una obra maestra de surrealismo rockero.
21. Camel – Mirage (1974)
Tironeados entre el rock de Canterbury y los bucólicos arreglos de Genesis, Camel emerge en su segundo disco como una de las bandas insignes de la segunda camada prog. Y aunque las referencias a Tolkien y cierta propensión a largos solos “sin red” (sin una buena estructura armónica) presagian los excesos del género, la sociedad del guitarrista Andy Latimer y el tecladista Peter Bardens compensa con melodías y arreglos notables. Como en “Lady Fantasy”, quizá la suite más bella de este período.
22. Gong – You (1974)
Después de curtir ácido y técnicas de cut-up con William Burroughs, el australiano Daevid (sic) Allen aplicó la receta lisérgica con el primer Soft Machine, y después regresó a París para formar Gong, mitad grupo y mitad comuna mística, telepática, en fin, hippie. Su pasión por el jazz y la psicodelia se cuela en todos los discos, pero You es algo distinto, una especie de ovni que levita en tu bandeja. Grado cero del cosmic-rock al que contemporáneos como Acid Mothers Temple le deben su carrera.
23. Hatfield and The North – Hatfield and the North (1974)
La endogamia de los músicos alineados al “sonido Canterbury” (así llamados por provenir de esa región) produjo grandes cross-breedings, de los cuales Hatfield fue quizás el mejor. El gran Richard Sinclair (ex Caravan), Dave Stewart (ex Khan y Egg), Phil Miller (ex Matching Mole) y Pip Pyle (ex Gong) nos suben a un viaje aural donde el rock fusión queda arrinconado por fragmentos de canciones, rápidos voleos armónicos, solos desenfrenados, contrapuntos de himnos y hasta bossa nova. Y el resultado es mucho mejor que la suma de las partes.
24. Van der Graaf Generator – Still Life (1976)
Oyendo soplar vientos de cambio, Peter Hammill reformó Van der Graaf Generator para grabar dos discos directos, casi sin retoques, que el propio Johnny Rotten veneró. Fue lo más cercano a una vuelta a lo esencial del prog-rock. Godbluff (1975) es la carta de presentación, pero es en Still Life donde Van der Graaf realmente se consagra, saltando de silencios a explosiones y yendo del himno nihilista que titula el disco al evangelio transhumanista que lo cierra. Anticipatorio y actual; esencial.
25. National Health – National Health (1978)
Hecho por un seleccionado de la diáspora Canterbury (Alan Gowen y Dave Stewart en teclados, Pip Pyle en batería, Phil Miller en guitarra), el placer de escuchar este disco se equipara a ver un viejo telefilm inglés mientras la lluvia repiquetea en la ventana. El gusto a jazz de los arreglos se complementa con la aterciopelada voz de Amanda Parsons y un gentil oleaje de sintetizadores. Como ocurre en Wind & Wuthering de Genesis y Lionheart de Kate Bush, el encanto del disco está en ese clima otoñal, que acredita el dulce ocaso de un ambicioso período.
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