viernes, 1 de mayo de 2015

Courtney Barnett | Triunfar de broma

La joven sensación australiana del rock se fija en memeces cotidianas y las convierte en poesía para acompañar sus enormes canciones.

Fuente: Rolling Stone

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Courtney Barnett está repantigada en una silla giratoria, desayunando Cheetos y charlando con su banda sobre las diferentes connotaciones internacionales de la palabra “cunt” [cabrón]. “La gente reacciona de manera muy fuerte a esa palabra en Estados Unidos”, observa la indie-rockera australiana. “¡Ya ves!”, dice su bajista, un típo con los ojos desorbitados y pelo de cavernícola que responde al apodo de Bones: “Una vez, en un concierto, dije que los teloneros eran una panda de cabrones enfermos… y creo que fue un error. El público se quedó en plan”…
Bones hace un incómodo silencio y lanza miradas ofendidas por el rabillo del ojo.
Barnett suelta una risita. “Cabrones enfermos quiere decir algo así como típos molones en Australia”, explica. Son las 9 de la mañana en Los Ángeles y viste casi la misma ropa que ayer: vaqueros negros con un agujero bajo la rodilla izquierda, unas Doc Martens machacadas y una cazadora vaquera que ha llevado de manera más o menos constante desde que la gente de Levi’s se la regaló el año pasado (“No tengo mucha ropa”, dice Barnett). En el bolsillo superior lleva una chapa anunciando su solidaridad con el falangero de Leadbeater, un marsupial australiano en peligro de extinción. Bones cuenta otra historia de obscenidades sobre el escenario: la vez que en Filadelfia alguien gritó, sin motivo aparente, “¡Cocktopus!” [juego de palabras entre polla y pulpo, algo así como “octopollas”] y Bones, aprovechando el momento, hizo el gesto de pajear un pene con ocho extensiones. Algo que vuelve a hacer ahora. Barnett sonríe, pone los ojos en blanco y lentamente se mete polvillo naranja fluorescente en la boca.      
Esta es la vida en gira de una de las jóvenes estrellas del rock más cautivadoras del momento. Barnett, de 27 años, es una maestra de las observaciones más nimias que difuminan el límite entre profundidad y banalidad, colocadas sobre arrogantes riffs de garage rock. Las geografías por las que discurren muchas de las canciones de Barnett son mínimas: beber vino con amigos en una casa, observar las grietas de una pared con el escrutinio interpretativo de un echador de cartas; un viaje en la línea de cercanías de Epping, en Melbourne… Y de alguna forma Barnett consigue hacer que su mundo parezca improbablemente grande.
A finales de 2013, Barnett agrupó toda su obra grabada (dos EP) en un álbum llamado The double EP: A sea of split peas, que consiguió extraordinarias críticas, le llevó al programa de Jimmy Fallon y le dio un hueco en el cartel de Coachella. El primer éxito de Barnett, el vídeo con más de un millón de visitas en YouTube, es un tema psicodélico llamado Avant gardener, que cuenta una historia real de jardinería que acaba en experiencia casi mortal: el deseo de que crezcan rábanos en el jardín de su casa da paso a dificultades para respirar, un ataque de pánico y un viaje en ambulancia con enfermeros. Barnett puebla sus letras de humor seco, pensamientos encadenados al estilo de Pulp fiction y racimos de rimas lúdicas“I’m breathing but I’m wheezing/Feel like I’m emphysemin’/My throat feels like a funnel filled with Weet- Bix and kerosene” [Respiro pero jadeo/Parece que estoy enfisemando/ Mi garganta parece un embudo lleno de galletas de cereales y queroseno]. Sin embargo, suspendidos en esa neblina de chiste largo de la canción hay temas engañosamente oscuros de ambición frustrada y del miedo paralizador a desperdiciar la vida
Barnett actuando en Londres en diciembre de 2014 © Gus Stewart
Barnett actuando en Londres en diciembre de 2014 © Gus Stewart
Ahora está en la pecera del estudio de la radio KCRW. El influyente programa despertador Morning becomes eclectic la ha invitado a apropiarse de las ondas con varias canciones de su fantástico álbum de debut, Sometimes I sit and think, and sometimes I just sit. “Estoy loca de alegría”, dice. Ayer aterrizó desde Sidney y fue directamente a los estudios del programa de Ellen DeGenres, donde Michelle Obama era la invitada principal. “Nos cachearon, nos abrieron las bolsas”, dice Barnett: “El FBI chequeó nuestros antecedentes. Fue bastante delirante”.     
Barnett cuenta todo esto alegremente aturdida, tan sedada como Bones está bullicioso, lo que, reconoce, la convierte en una líder insólita: “Mi trabajo ideal sería ordenar cajas en un puto sótano de la oficina de correos, o reponer estanterías en un supermercado a medianoche”. Pero tiene cierto carisma de vendedora que puede activar cuando desea. Hace unos años trabajó vendiendo Adidas y nikes en una zapatería de Melbourne. “Se me daba bastante bien vender motos”, cuenta: “Me basaba en cada persona. Si eran bordes y ricos, les decía lo que querían escuchar. Pero si alguien era simpático, me hablaba de sus planes para el finde y era un ser humano normal les decía: ‘No te gastes 300 dólares en unas putas zapatillas. Se van a caer igual a pedazos”.
En la sala de grabación, Barnett se reúne con Bones y el batería, Dave Mudie, afinando su guitarra con nueve pedales de efectos a los pies. Mientras toca, cierra los ojos o los dirige hacia abajo, apretando los labios contra el micrófono, que parece sujetar su peso. 
En Sometimes I sit and think, and sometimes I just sit, uno de los retos que Barnett se impuso fue escribir del mundo más allá de su cabeza: narrar cataclismos más grandes que un contratiempo de jardinería. En Dead fox, conecta los animales atropellados en las carreteras con los derechos animales y las granjas industriales o la alienación capitalista contemporánea. Según la toca ahora, Barnett sonríe ocasionalmente ante ciertos errores microscópicos: algún rasgueo ligeramente chapucero o notas no tocadas que suenan a tono con su desastrada estética, y que completan la sensación subyacente de tristeza y enfado de la letra.
“¿Qué te hace tanta gracia?”, le pregunta el presentador.
Barnett mira a su alrededor, sonriendo nerviosa. “Todo me hace gracia”, dice.
En Australia, Barnett comparte casa con su novia desde hace cuatro años, la cantante y compositora Jen Cloher. La relación romántica tiene su correlato en una relación creativa: Barnett y Cloher dirigen un pequeño sello llamado Milk! Records que Barnett fundó desde su dormitorio, y además Barnett ha tocado con Cloher como su guitarrista y también formando un dúo. Bastante después de que la carrera de Barnett despegara, aún conservaba su trabajo como camarera en el Northcote Social Club, un bar en el que ella y sus amigos actúan mucho. Finalmente, dejó el curro, aunque lo hizo con la reticencia de quien conoce la miseria de estar sin un duro y tiene miedo de que vuelva a ocurrir.
Barnett nació en Pittwater, una zona costera a una hora de Sidney. Su madre es exbailarina de ballet y su padre diseñador gráfico. “Es territorio surfero, pero nosotros vivíamos en el bosque, en una casa rodeada de enormes árboles”. Hacía ballet, jugaba al tenis y empezó a tocar la guitarra antes de la adolescencia, influida, a varios niveles, por HendrixCobain y Smoke on the water. “Recuerdo que escribí una canción con 12 años o así llamada You: hablaba de sus ojos y su pelo, exactamente lo que te imaginas de una canción de amor. Me gustaban los chicos y tuve novios, pero esos sentimientos venían de lo que leía. No eran míos del todo”. “En el instituto”, cuenta Barnett, “yo era la típica chavala que tocaba la guitarra y leía mucho”. El año antes de graduarse, conoció a su primera novia. “Lo guardamos en secreto, teníamos miedo de lo que pensara la gente. Cuando nuestros compañeros se enteraron, al principio se comportaban raros, pero me siento afortunada porque fui aceptada. Hay gente en el mundo a quienes matan por esto”. En cuanto a contárselo a sus padres, “tardé como un año, y cuando finalmente lo hice, porque había roto con mi novia, tenía mucho miedo. Y me dijeron: ‘Sí, ya lo sabíamos”.
El deseo de Barnett de exprimir algo relevante de lo aparentemente trivial ya estaba presente en la universidad de Tasmania, en la que quiso ser fotógrafa artística (“Me atraía el realismo de Nan Goldin: imágenes de gente a lo suyo”). Pero tras dos años insatisfactorios dejó la universidad, decidió dedicarse a hacer música y se trasladó a Melbourne. Barnett dice que ha sufrido depresión clínica, y entonces es cuando peor estuvo. Tomaba antidepresivos. ¿Qué le hacía infeliz? “Nunca hubo razones concretas”, dice: “Historias de autoestima y eso. No quiero hablar mucho de ello, pero no salía de mi cuarto, estuve sin trabajo una temporada y me metí en un círculo vicioso, una cosa llevaba a la otra. No le veía el sentido a nada, al final todo se reducía a eso”.
Habla de su cerebro como de una máquina que no puede apagar, para lo bueno y lo malo. Trató de hacer meditación, por sugerencia de Cloher. “Me cabreaba y frustraba mucho, porque no podía parar de pensar, y se supone que tienes que borrar todo tipo de pensamientos de la cabeza”. 
Lo que aprendió a hacer Barnett, con el tiempo, fue aceptar, en lugar de reprimir, esa parte de sí misma que piensa demasiado: escribiendo diarios con reflexiones y dibujos, extrayendo material de esas páginas, dando forma a las extensas entradas de su diario en estrofas un poco menos extensas, y luego poniéndoles música con la guitarra. “Parte de mis razones para componer es que puedo trabajar con ideas, problemas y emociones: aclararlos y mejorarlos”, dice. “Es demasiado fácil, con la depresión, desviarse a las drogas para aliviarla. Creo que es importante llegar a sentir el dolor”.
Tras la actuación, Barnett, Bones y Mudie conducen hacia una galería de arte en una zona industrial del centro de L.A. La primera sala está surcada por dibujos a bolígrafo y tinta de sillas que Barnett hizo para la portada de Sometimes I sit and think.Las sillas eran “una representación literal del título”, explica, “pero también un recuerdo de infancia. Mi padre siempre ha coleccionado sillas antiguas y mierdas así con la intención de arreglarlas, pero siempre había un montón de ellas por la casa, sin tocar”. En la siguiente sala de la galería, los roadies montan un escenario enmoquetado en el que, esta noche, Barnett dará un concierto para 200 fans, amigos y VIPs como Moby. “El dinero para esto sale del presupuesto de promoción, pensé que sería mejor que comprar unas vallas publicitarias”. Hay tiempo antes de la prueba de sonido, así que vamos a un bar cercano, donde pedimos micheladas (un cóctel). Barnett comenta lo feliz que estaba cuando Avant gardener, que no tiene nada parecido a un estribillo tradicional, despegó. “Es como una gran broma que le he gastado a todo el mundo”, dice. A menudo se toma la composición de una canción como un ejercicio. Señala su cerveza: “Me pregunto: ‘¿Podría escribir una canción sobre esta cerveza? Y entonces se convierte en un reto”. Tomamos un par de rondas y volvemos a la galería. Al cruzar la calle, Barnett no mira al lado correcto y casi es arrollada por una furgoneta. Se ríe. En la galería, los dibujos son un surtido colorido y deforme de sillas que recuerdan al artista David Shrigley, con breves pies (“silla que necesita un nuevo tapizado”). “Me gustó la idea de rodearme de formas y estructuras”, señala: “Todas estas cosas rotas y hermosas”.
 CINCO CANCIONES BÁSICAS QUE LE MARCARON 
In bloom – NIRVANA
Nevermind fue el primer disco que compré; tendría 7 años. Nunca había escuchado música de guitarras tan guay. Se abrió un nuevo camino ante mí.
Up on the sun – MEAT PUPPETS
Tras conocer a Nirvana, descubrimos grupos que les habían influenciado, como los Meat Puppets. Esta canción era muy diferente, improvisacional y extraña.
Everybody hurts – R.E.M.
Me la aprendí cuando estaba empezando a tocar la guitarra, es muy buena para eso: bonita, emotiva y fácil de tocar. Me emocioné mucho al poder tocarla.
Shake yer dix – PEACHES
Es la jefa. Una amiga y yo nos la poníamos antes de ir a fiestas cuando teníamos 18 años, portándonos como estúpidas, divirtiéndonos y gritando.
Take five – DAVE BRUBECK
Crecí escuchando la música de mi padre: poníamos esta muy alta y bailábamos por la casa. Era muy bonito. Me encanta esta canción.

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