El cantante lanzó el pasado mes de noviembre su autobiografía What Does This Button Do? y habló con ROLLING STONE sobre la guerra, la muerte y la arrogancia que llega con el estrellato
Fuente: Rolling Stone
Bruce Dickinson habla, entre otros temas, sobre cómo su pelea contra el cáncer le cambió la vida.
“La verdad, no leo autobiografías”, revela Bruce Dickinson, el líder de Iron Maiden que estuvo promocionando su propio libro en el mes de noviembre. “Así que cuando decidí escribir una, tomé algunas cosas. Iba a una librería y aunque no compraba el libro, lo abría y decía, ‘Bien, esto parece una lista para hacer mercado’ o ‘Esto es ególatra y aburrido. Cuando lees las biografías de toda esa gente famosa solo piensas, ‘Dios, que superficial’”.
Por suerte, Dickinson se ríe tanto de él mismo que su libro, What Does This Button Do?, es profundo y entretenido. Cuenta historias de los mejores días de Iron Maiden y de su época como solista haciendo conciertos en una ciudad destruida por la guerra, como Sarajevo. También hay algunas cosas de su vida por fuera del escenario, como su gusto por la esgrima, ser piloto, tener un programa de radio o las novelas y obras de teatro que ha escrito. Y, en el capítulo más largo, habla sobre su pelea contra el cáncer que casi acaba con su carrera como cantante.
Según él, la gente le ha rogado por más de 10 años que escriba su biografía. Él se negaba y decía, “Es muy temprano, todavía me faltan cosas”. Pero cambió de opinión tras el cáncer. “Cuando salí de eso, pensé, ‘Probablemente es una señal de la naturaleza para que lo haga’”, comenta. “No es un final malo para un libro, pero tampoco es que ya piense en morir. Es el inicio de un capítulo totalmente nuevo para el resto de la vida. Entonces pensé que, si tengo un final, el inicio es bastante fácil”. Y empezó a escribir su historia en algunos cuadernos.
Dickinson está sentado en una sala de conferencias en la oficina de la editorial que publica What Does This Button Do? Hay copias de su libro sobre la mesa. Mientras habla se inclina hacia adelante y hace contacto visual. Se ve tan relajado que pareciera que no tiene nada que esconder, pero se siente la misma intensidad que muestra cuando grita frente a miles de personas “Scream for me!”. Y a pesar de esa energía, cuando repasa su vida con ROLLING STONE, está en una actitud llena de reflexión.
¿Qué reglas te pusiste cuando empezaste a escribir?
Me alegra revelar algunas cosas sobre mí, pero no me interesa hablar de otras personas ni de las cosas que no quisieran contar. No es su libro. En esta misma línea, dejé afuera esposas, niños y divorcios porque no es el libro de ellos. Es que si eres famoso, así te guste o no, cualquier cosa que digas va a afectar a otras personas. No tengo que escribir cosas sexuales o chismes. No tiene sentido. No es The Dirt [la biografía de Mötley Crüe].
¿Fue extraño escribir sobre tus primeras novias pero no de tu esposa?
Creo que si metes matrimonios, automáticamente tienes que meter los divorcios y todo eso. Es parte de tu vida, pero no tiene relevancia para otras personas. Es crear problemas. El objetivo del libro es contar buenas historias.
Cuando hablas de tu infancia, mencionas que te molestaban en el colegio por ser bajito. Cuando repasas tu vida, ¿hay algo que te impacte?
[Pausa]. He pasado toda la vida olvidando que mido 1,68 metros. Cuando poso para las fotos digo, “Asegúrate de meter la mitad” [risas]. Y lo que pasa con las peleas es que tienes una razón. Peleas para defender lo que crees es correcto y no simplemente por pelear. No soy muy cercano a las personas agresivas. Pasé mucho tiempo en el colegio sintiéndome como un jefe, diciéndole a la gente, “Eres un imbécil”. No deberías decir cosas así, pero simplemente lo haces.
Mi hijo se ha metido en problemas simplemente por decir la verdad. Yo le digo, “No puedes decir eso, así sea verdad.” Y él no entiende. “Es complicado”. Es parte de crecer.
Hablando de eso, en el libro mencionas la vez que dijiste que Iron Maiden era mejor que Metallica. ¿Qué piensas de eso ahora?
Mira, soy consciente que cuando dices cosas en impreso, la gente va a entenderlas a su manera. Lo de Metallica, honestamente, terminó saliendo muy bien. Tenemos una gran relación con ellos. No fue un comentario dirigido a Metallica. Iba al resto del mundo, quería decir, “Hemos vuelto y es en serio. Es tan serio que vamos a decir una locura, así que mejor vengan al concierto y lo comprueban. Los retamos”. Era una apuesta y yo soy el cantante. Es mi trabajo. Eso es lo que hago.
¿Es arrogancia? Sí. Eres el cantante de Iron Maiden y, de vez en cuando, vas a ser arrogante porque va con el trabajo. Mick Jagger, ¿es arrogante? Seguramente, mierda, es Mick Jagger. ¿Hay una diferencia cuando camino por la calle y cuando estoy en el escenario con Iron Maiden? Claro que sí.
¿Cómo describirías esa diferencia, entre estar sobre el escenario y estar por fuera?
Es como tener un globo interno. Normalmente vas por ahí y está desinflado, nadie lo ve. Pero cuando subes al escenario, tienes que inflarlo y tiene que tocar a todo el público. Y entre más grande el lugar, más grande tiene que ser, terminas sacando al Sr. Montgolfier y su globo gigante. Al final del concierto tienes que desinflarlo y seguir tu vida normal con el resto de la humanidad. Pero puede tardar horas.
Hay gente que nunca logra hacerlo y termina metida en la heroína o cualquier otra mierda para ajustarse a esa transición. Es real, entonces siguen andando con este globo todo el tiempo y no pueden tener una conversación normal. “Mírame, mírame”. Es una habilidad.
¿Cuándo aprendiste a manejarla?
Es complicado señalar exactamente cuando fue. Empecé a hacerlo después de la gira de Number of the Beast. Me di cuenta que podía hacerlo. Pensé, “No puedo andar todos los días así”. Y eres joven, entonces empiezas a ser creído, y vas a bares y discotecas, cosas que yo hacía mucho, te tomas unas cervezas y el globo empieza a crecer. Es como Jekyll y Hyde. Mr. Hyde sale y está en el escenario, pero tienes que aprender a bajarlo, ponerlo en su caja y decirle, “Vuelve a tu cama. Tu día acabó”.
Empecé a lidiar con esto al final de la gira. A veces me iba bien y a veces no. Empecé a practicar esgrima y terminé dejando la banda. Al final aprendí a hacerlo una y otra vez. Cuando regresé a Maiden, ya estaba mucho más equilibrado y sabía lo que iba a pasar. Volví e hicimos la gira de Brave New World y pensaba, “Yo sé hacer esto. Puedo inflar esta burbuja y voy a decir que somos mejores que Metallica. Todos se van a poner putamente bravos”. Pero lo hice porque sabía que se iban a poner así. Sabía que los de Metallica no se enojarían. Es Metallica, ¿qué les va a importar?
Iron Maiden en vivo en 1985.
Hablando sobre la vez que dejaste la banda, me sorprendió cuando leí lo desilusionado que estabas a mediados de los 80, mucho antes de renunciar. ¿Por qué te sentías así?
Estaba caminando sobre una línea muy delgada entre la autocrítica, mi falta de confianza y la responsabilidad. Estás en una banda muy exitosa y han definido su estilo, además les va muy bien. No importa lo que hagan, se vende. Eso me preocupaba. Yo pensaba, “Si todo el mundo te dice que lo que haces es muy bueno, ¿cómo sabes si en realidad lo es?”. Es lo mismo que el Papa: ¿Cómo puede estar equivocado? Es el Papa, ¿no? Pero, ¿qué tal que sí esté equivocado?
Empecé a sentir que eso es lo que pasaba con Maiden. Y nadie más lo sentía. Todo se acabó cuando hice un álbum solista (Tattooed Millionaire de 1990), que le fue muy bien, pero era todo un pastiche. Había un par de canciones buenas. Estaba bien hecho, pero era un Saturday Night Live en versión rock clásico. Había un sketch de una balada, un sketch más groovy, un sketch parecido a AC/DC. Era literalmente eso. Lo hicimos así porque solo tuvimos dos semanas para sacarlo. Fue exitoso y yo pensaba que era raro. Creía que después tenía que hacer algo diferente. Pero nadie quería que lo hiciera.
Todos decían, “Solo has uno de esos”. Eran felices porque le fue bien, pero yo no estaba satisfecho. Artísticamente, solo había una canción que me parecía realmente buena, era Born in ’58. El resto no hacían temblar la tierra. No vamos a romper los esquemas del panteón del rock, y eso es lo que uno quiere. En cada disco deberías buscar el santo grial, no solo poner arreglos en el altar. Por eso hice otro álbum solista (Balls to Picasso de 1994). Pero no tenía idea dónde buscar el santo grial.
Me di cuenta que al estar en Maiden, estaba metido en toda esa cultura y sentía que, de alguna forma, mi sentido artístico se había debilitado. Mientras tanto, tenía que dejar Iron Maiden. Creo que la gente creía que había un plan y no era así. La canción Tears of Dragon dice, “I throw myself in the sea/Release the wave, let it wash over me” [Me lancé al mar/ suelta la ola, deja que caiga sobre mí], me sentía así. Estaba flotando y pensaba, “Espero terminar en una orilla con pocas rocas”. Eso era todo. Dejé la banda para descubrir qué había más allá. Si me quedaba, nadie me iba a decir la verdad sobre todo lo que hacía.
Hoy en día, ¿cuál es la diferencia?
Cuando regresé, todas las relaciones eran diferentes. Ahora es mucho más real, de alguna forma más adulto. Aceptamos que a veces nos caemos bien y que a veces no nos soportamos, pero seguimos adelante porque tenemos que hacerlo. No somos leales entre nosotros, nuestra lealtad es con Iron Maiden, de ahí salimos todos. Ahora compartimos muchas más cosas que antes, esa es la diferencia. También tenemos mucho más control. Podemos decir que no vamos a hacer una gira de 13 meses porque nos morimos.
Le dije a mi mánager, “Tenemos que hacer shows increíbles. En los 80 no los hacíamos. Hacíamos muchos, y no puedes hacer presentaciones impresionantes si haces demasiados conciertos. Tu cuerpo se agota y tu voz desaparece”. En esa época yo era el que más lo sentía. Antes de la gira Somewhere in Time pensé, “Simplemente voy a ser el cantante, voy a dejar de esforzarme tanto”. Renuncié unos álbumes después.
Volví e hicimos algunas reglas. Decidimos que haríamos tres meses de gira al año. Y nos encanta. En serio me emociona. A todos. Nos gusta trabajar, pero no destruirnos. Me gusta mucho más estar en la banda ahora que en los 80. Es mucho más divertido.
Una de las partes más interesantes del libro es cuando hablas de un concierto como solista en Sarajevo durante la guerra de Bosnia. ¿Cómo cambio esa presentación tu mirada de la humanidad?
La humanidad es increíblemente inspiradora y decepcionante cuando vas a una zona de guerra. Saca lo mejor y lo peor de las personas. Hay actos impresionantes de desinterés y al lado otros brutales y crueles, que te hacen pensar que es impresionante que el ser humano pueda hacerle ese tipo de cosas a otro.
Sarajevo tuvo el asedio más largo de la historia, duró más que el de Stalingrado. Y esta guerra fue en la segunda mitad del siglo XX, en Europa. Todos vivían como ratas. Les quedaba comida para tres días y no tenían luz. Hay un documental buenísimo sobre esa situación (Scream for Me, Sarajevo). El que lo hizo viajó allá y entrevistó a varios chicos que fueron al concierto, les preguntó cómo les cambió la vida. Te rompe el corazón. Había un niño que dijo que tenía 11 años y su mamá lloraba porque no podía alimentarlo, no tenían gas, ni luz y la mitad de su casa había sido destruida. Él dice, “No te preocupes, mamá”. Entonces va y quema los muebles mientras su mamá llora. “Todo va a estar bien. Yo te voy a cuidar”, dice el chico. Y así empieza.
Fue brutal. Estar allá solo tres o cuatro días se sintió como una vida entera. Salir, volver al mundo occidental, la Navidad, todo el consumo, el “compra esto y lo otro”. Yo solo me sentaba a pensar, “Creo que nadie sabe lo afortunados que somos de no estar en esa situación”. Sarajevo era una ciudad hermosa. Llena de cultura. Los Olímpicos de 1984 se hicieron allá. ¿Cómo pasó eso? La gente se mataba a diario. Yo pensaba, “Esto está a un paso de suceder en cualquier lugar”. Entonces empiezas a ser impaciente con la gente egoísta y egocéntrica. “Eres un idiota. ¿Qué tal si te llevamos a la guerra y vemos si puedes hacer tu vida allá?”.
“Me gusta mucho más estar en la banda ahora que en los 80. Es mucho más divertido”, confiesa Dickinson. Iron Maiden 2003
Parece que ese viaje te marcó.
Es que lo hizo. Uno solo puede imaginarse lo que sienten los soldados en ese ambiente, así sea en Irak, Afganistán, Sarajevo, Bosnia, incluso los que intentan mantener la paz. Ves cosas terribles.
Yo solía ir a Sierra Leona como piloto de una aerolínea y me quedaba por tres o cuatro días. Lo chistoso es que íbamos durante la guerra y aterrizábamos y despegábamos durante los toques de queda. Pero no me afectó como cuando estuve en Sarajevo, porque se disparaban, igual en Sierra Leona era horrible. Iba a los campos de amputados y veías personas que los rebeldes les habían cortado un miembro, y seguían viviendo. Mierda. Estaban en un lugar con alcantarillas abiertas, carpas destruidas y este es el campo de Naciones Unidas. No tienen nada y son los más generosos del mundo. Es un lugar muy triste, pero hermoso. Tiene un efecto parecido al de Sarajevo, aunque no tan fuerte.
La otra parte importante del libro es cuando hablas del cáncer que tuviste. ¿Cómo lidiaste con la depresión y la desesperanza?
Cuando me diagnosticaron fue como si me desdoblara, como si hablaran con otra persona. “¿Yo? ¿Tengo cáncer? ¿En serio?”. Después empiezas a pensar que puedes morir. “¿Me siento enfermo? Tal vez es un error”, pero uno sabe que no es así. Entonces llega ese momento. Hay que aceptarlo: “Listo, ¿qué hago? Hagamos un plan y sigamos”.
Pensaba que tenía que estar bravo. Tal vez debería sentarme, meditar y apuñalar esto. Pero después pensé, “Eso es agotador y voy a necesitar de toda mi fuerza para pasar el tratamiento. No puedo gastarla odiando cosas”. Tengo quimioterapia, radiación. Debo intentarlo, vivir mi vida y mirar hacia el futuro. Así es como lidié con eso. Al final, cuando se acabó todo, casi pensé, “¿En serio? Como que me hace falta”. Porque has estado viviendo con eso por tres meses. Es extraño. Es como el síndrome de Estocolmo. Después crees que es putamente estúpido. Prácticamente te daba miedo salir porque has estado entre tres y seis meses encerrado en un lugar oscuro. Luego te preguntas qué vas a hacer. Y ocho, nueve meses más tarde empecé a cantar y me di cuenta que la vida es increíble.
¿Y cómo te ha cambiado?
No ha cambiado mi visión de la muerte. Morir es inevitable, siempre lo ha sido, siempre lo será, pero cambió mi forma de ver la vida. Ya no es un espacio entre nacer y morir. Vivir es vivir ahora [toca la mesa], cada minuto, cada segundo. No porque crea que algo malo va a pasar mañana, sino porque vale la pena celebrar. La vida es putamente increíble. Ese es el pequeño regalo que me dio. Esa es una de las razones por las que escribí el libro. No iba a hacer algo negativo. Mi libro va a decir, “Wow, ¿la vida no es increíble?”.