viernes, 5 de julio de 2013

40 años de la defunción de Ziggy Stardust

El 3 de julio de 1973 el marciano más legendario e influyente del rock decía adiós a nuestro planeta después de 16 intensos meses de reconocimiento del terreno, colonización y diseminación de semillas musicales y estéticas. 
Por David Gallardo
Revista Rolling Stone


No tuvo en realidad una vida muy larga, pero el magnetismo del alter ego más famoso del rock era tan atrayente que su influencia aún sigue viva a día de hoy, cuando se cumplen cuarenta años de su defunción a manos de su creador, la noche del 3 de julio de 1973 en el Hammersmith Odeon londinense. Porque aunque en la historia hay millones de crímenes sin resolver, este parece claro, aunque su ejecutor no haya pasado ni una sola noche a la sombra: Y es que por mucho que digan que fue un Rock & Roll Suicide, lo cierto es que David Bowie asesinó a Ziggy Stardust. Eso es así.

Claro que, de alguna manera, el músico inglés tenía ese derecho a finiquitar la cuestión (en el pico de su popularidad y para evitar que el personaje acabara con la persona, cada vez más perdida por culpa de las drogas duras), pues él mismo le había creado apenas 16 meses antes, garabateando su aspecto físico en una servilleta y con la intención de que al adoptar su forma humana, este marciano aglutinara aspectos de las personalidades de Iggy Pop y Lou Reed, sin duda dos extraterrestres bastante creíbles en los que mirarse.

Con un mensaje de desenfreno y hermandad antes del fin de los días, este hedonista y asexual mesías alienígena llegó a la Tierra el 10 de febrero de 1972 en el pub Toby Jug de Tolworth (Reino Unido), fielmente respaldado por The Spiders From Mars, banda de músicos de eficacia probada integrada por Mick Ronson, Trevor Bolder y Mick Woodmansey. Mientras los cuatro promocionaban el disco Honky Dory (diciembre de 1971) fueron ganando consistencia y popularidad, esperando pacientemente el momento de la explosión definitiva.

El 6 de junio de 1972 llega a las tiendas el nuevo álbum, The Rise and Fall of Ziggy Stardust and The Spiders from Mars y todo se amplifica exponencialmente, de manera ya irrevocable un mes después con la presentación andrógina, sexualemente provocativa (la homosexualidad se despenalizó parcialmente en el Reino Unido apenas un lustro antes) y rupturista en el Top of the Pops de la BBC, con padres escandalizados y la pujante nueva generación fascinada. Lo habitual cuando se redefine la cultura de masas, vaya.

Los conciertos se suceden, los discos se despachan como rosquillas y el boca a boca hace el resto. El ascenso de este Ziggy (también) influenciado por la factoria Warhol es imparable, tal y como se profetiza ya desde el mismo título del disco que la banda defiende en directo noche tras noche ganando acólitos, cabalgando suavemente a lomos del éxito de un sencillo de la magnitud de Starman, clásico instantáneo.

Por separado todos tienen un aspecto transgresor, futurista e incluso hilarante, pero juntos 'los Spiders' son abrumadoramente modernos, deliberadamente marcianos. Raros, rarísimos, hedonistas músicos tal vez asexuales y, sin duda, especiales, con ropajes imposibles y cortes de pelo extravagantes. Definitivamente, si hay arañas en Marte, seguro que tienen una pinta bastante menos desconcertante y deslumbrante que estos cuatro músicos británicos.

“No me sorprendió que Ziggy Stardust fuera determinante en mi carrera, porque inventé una estrella rock de plástico completamente creíble”, declaró en su momento Bowie sobre este alter ego de influencia posterior infinita (que se lo pregunten a un tal Bono con su MacPhisto de 1993, o al Marilyn Manson de Mechanical Animals en 1998), personaje que llevó a la persona a una espiral de desnortados excesos egomaníamos y ampliamente viciosos, ardorosas felaciones a guitarras incluidas.


Tan lejos y tan rápido llegó todo que apenas un año y medio después de su primera aparición pública, David Bowie decidió que ya era momento de dejar marchar a Ziggy antes de que fuera demasiado tarde. El punto de no retorno estaba ahí mismo, delante de los ojos de todos y Bowie, como siempre visionario, fue capaz de detectarlo prístinamente en un momento de milagrosa lucidez.

Porque ser Ziggy Stardust tuvo que ser profundamente apasionante, pero también temerariamente autolesivo. Cuando los focos se apagaban todos se iban a su casa, pero Bowie y Ziggy se acostaban juntos cada noche, ante el estupor de Angela, la primera esposa de David.

Convertido en una deidad de culto pagano, Ziggy sencillamente tenía que irse por el bien de todos en general y la salud de Bowie en particular. Era algo que los fans maquillados a su imagen y semejanza a las puertas del Hammersmith Odeon londinense, obnubilados y obsesionados a partes iguales, no podían imaginar, pero la fábula marciana del glam rock estaba a punto de terminar ante sus ojos.

Desde el escenario Ziggy anunció su despedida desconcertando a prácticamente todos los presentes, pues ni tan siquiera todos sus músicos estaban al tanto de la decisión. Incluso algunos cronistas entendieron que era Bowie quien se retiraba, reconfirmando que la identificación entre ambos iconos, el real y el escénico, era salvajemente peligrosa.

Sea como fuere, David mató a Stardust allí mismo, inmisericorde, frío, sin remordimientos, dejando para la posteridad uno de los personajes más apasionantes y mejor dibujados de la cultura popular del siglo XX. Sin embargo, no es complicado imaginar a Bowie resucitando a Ziggy de vez en cuando, para recordar los años locos y mirar juntos a las estrellas tocando la guitarra. Porque los marcianos de pelo rojo y los alienígenas de pupilas dilatadas también deben tener su corazoncito nostálgico.

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