Fuente: Rolling Stone
Los símbolos post hippies, la evolución de la cultura rave y la aproximación a la ropa deportiva marcaron los estándares estéticos
Una de las principales características de la moda durante los 90 fue la indefinición. Superada la resaca grunge, el mundo asumió que, después de todo, los 80 habían ganado. En 1992, el sistema bancario japonés se fue al carajo. Un año más tarde en España el paro alcanzaba el 24%. Todo era culpa de los lobos de Wall Street. No valía vestirse como ellos.
Así, se inventó la boy band (o la girl band, en el caso de las Spice Girls), una suerte de compendio de diferentes perfiles estéticos y vitales que trataba de resumir el estilo y el estado mental de la época. Ahí cabían los símbolos post hippies (los pendientes con el símbolo de la paz o el ying y el yang), la evolución de la cultura rave (esas zapatillas de plataforma) o las primeras aproximaciones de la ropa deportiva a los confines de la pasarela.
Así, el táctel del chándal yonki de los 80 se convirtió en ropa casual –gracias al retroceso de la violencia en el fútbol–, lo que facilitó la adopción de marcas como Fila y Sergio Tacchini entre gente que lo más cerca que había estado de una pelea fue alquilando un VHS de Chuck Norris. A medida que avanzaba la década, la retromanía se hizo con la facción underground, abrazando la estética de los 70, pues los revivals estéticos siempre suceden alrededor de la ropa que vestían tus padres.
Finalmente, ya cerca del euro y de Paco el Pocero, volvieron los grandes logos de firmas de alta costura, el traje, la joyería sin ironía y la confirmación de que, aunque nunca lo pareció, la Spice Girl que tenía razón era Victoria.
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