Fuente: Rolling Stone
A principios de esa década, la cantante estaba quebrada, huía de Ike y actuaba en convenciones de medio pelo. Esta es la historia de su inesperado y exitoso segundo acto.
Un día, en el barrio londinense de Kensington en 1983, la resurrección de Tina Turner parecía al alcance de la mano. La década anterior, su carrera había estado llena de giros estremecedores, pesadillas personales y diversos grados de mortificación crónica. Y ahora surgía la oportunidad de su redención. Sin embargo, como el músico y productor Martyn Ware aprendió más pronto que tarde, el pasado de Turner nunca estuvo en el espejo retrovisor precisamente, y ese día se manifestó, terrible, en su cara.
El año anterior, Turner había cantado en una nueva versión vanguardista y palpitante del hit de Temptations, “Ball of Confusion”. Y ahora Ware, que había trabajado con ella en esa canción (y que además era miembro de Heaven 17 y cofundador de Human League), le había dicho de reunirse para planear otra colaboración. Al llegar a lo que recuerda como “la hermosa mansión” donde se hospedaba Turner, Ware tomó nota de los guardias de seguridad afuera. Para su sorpresa, dice, lo pusieron al tanto de que el ex de Turner, Ike, recientemente había cumplido una condena de treinta días por posesión de drogas. Que no tenía problema en dispararle a cualquiera que se le cruzara o a amenazar de muerte a su esposa, que estaba en la ciudad y ya se había hecho notar. Aparentemente estaba tratando de hacer ruido, para pedirle dinero a Tina.
El regreso de Tina fue celebrado por todo el ambiente musical y en las fiestas post-shows de aquellos años solían aparecer Bowie y Keith Richards.
“Su vida era así en ese momento”, dice Ware. “Y yo pensaba: Tina tiene que lidiar con esto continuamente. Hace todo con tanta gracia, aplomo y buen humor. Pero debe estar sufriendo mucho por dentro”.
Al final, Turner y Ware decidieron hacer una nueva versión de “Let’s Stay Together” de Al Green. Este tema iba a ser el próximo paso en el camino hacia 'Private Dancer', el álbum de 1984 que restablecería a Turner como una fuerza musical y un símbolo de la superación de la adversidad personal más aplastante. “Creo que la gente en realidad va a verla no necesariamente por las canciones, va a verla por lo que representa”, diría más tarde su amigo David Bowie. “La mochila de su pasado viene con ella, y van a ver a alguien que se ha levantado de las cenizas como un ave fénix… Sin duda ha pasado por cosas mucho peores que la mayoría de nosotros”.
A Turner la amaban todos: sus viejos admiradores, la generación de MTV y los ejecutivos de la industria discográfica, es decir, el triunvirato que regía el negocio de la música en ese momento. Su regreso debería haber sido cosa fácil, entonces. Cuando el público supo lo que había soportado con Ike, por medio de una entrevista en la revista People en 1981, hubo pocas estrellas del pop más queridas. Pero la disonante reaparición de su ex esposo justo en un buen día de trabajo en Inglaterra estaba lejos de ser el único obstáculo para uno de los regresos más improbables del pop.
Incluso entonces, con el mundo animándola, la segunda vuelta de Turner no era algo que pudieras dar por sentado. En cualquier momento, podría descarrilar, ya sea que fuera a quedar marginada por su edad, por los escépticos que se preguntaban si podría hacer todo bien ella sola, o por la presencia de (nada más que) un ejecutivo racista. Los recuerdos de la vida con Ike eran detonantes de angustia, por eso Tina se negaba a volver a escuchar la música que la había llevado al estrellato. Sólo una serie de felices casualidades, combinadas con una fe desenfrenada en sí misma, podrían salvarla.
A comienzos de los ochenta, era difícil imaginar un futuro remotamente brillante para Tina Turner. Durante muchos años había sido la estrella al frente de la banda que integraba con Ike, una verdadera locomotora. Ann Bullock había querido ser enfermera, pero después de conocer a Ike y su banda (The Kings of Rhythm, en un club nocturno en St. Louis) Bullock renació como Tina Turner (así fue rebautizada por su futuro esposo).
Los dos tuvieron un puñado de hits de R&B antes de pasar al mundo del rock, gracias en parte a que teloneaban a los Rolling Stones y habían revivido varios éxitos del rock como “Proud Mary” y “Honky Tonk Women” en su propio y estridente estilo soul. Ike podía ser el guitarrista y líder de la banda, pero todos los ojos estaban puestos en su esposa, que tenía la voz ronca y sensual de una gran cantante de góspel o blues y hacía unas figuras de baile absolutamente desinhibidas, como casi nadie había visto en la música pop de entonces. Su versión de “I’ve Been Loving You Too Long” de Otis Redding, en la que acaricia el micrófono, era innegablemente erótica. Se podría decir que Turner fue la primera estrella negra importante de la historia del rock.
En ese momento, pocos conocían los horrores de su vida fuera del escenario con su esposo abusivo y mujeriego. “Ike me golpeaba con el tubo del teléfono, con zapatos, con perchas”, relató en su primer libro de memorias, Yo, Tina. “Me ahorcaba, me pegaba con el puño cerrado, ya no eran solo bofetadas”. Justo antes de un show, la golpeó tan fuerte que le rompió la mandíbula, pero ella igual tuvo que subir al escenario y cantar. En 1976 lo dejó, a los 36 años, y se encontró sola criando a cuatro hijos mientras se hundía en el océano de las deudas. Para ganarse la vida, hizo de todo: aparecía en los programas más cursis de la TV o cantaba en Las Vegas, donde recurría a covers de hits bailables como “Disco Inferno”. Una vez que estaba tocando en un salón, a la hora de la cena, accidentalmente se le cayó el micrófono sobre la comida de uno de los asistentes. “Los organizadores de fechas empezaron a pensar que no podía trabajar sin Ike”, dijo. “Fue como empezar de nuevo”.
El relanzamiento de Turner comenzó justo con los años ochenta, y al principio casi fracasó (y ese “al principio” significa que tuvo que darse la cabeza contra la pared una y otra vez). El R&B y el disco habían quedado atrás, lo nuevo era la new wave. Turner entonces había quedado musicalmente a la deriva. Roger Davies, un joven manager australiano, decidió ir a uno de sus shows (Turner estaba haciendo dos presentaciones por noche en un salón del Fairmont Hotel de San Francisco en 1980). Al principio, Davies se sintió abrumado por lo kitsch del show: Turner salía con un vestido muy estridente de Bob Mackie y cuatro bailarines a cantar sus propias versiones de standards como “Fever”. Reseñando su noche de estreno, el Oakland Tribune escribió que el show de Turner en San Francisco estaba “dirigido al apagado público de las convenciones en hoteles”. Pero, afortunadamente para Turner, Davies se quedó para el segundo recital, mucho más salvaje. “Había gente coreando las canciones arriba de las mesas”, dice, según aparece citado en Yo, Tina. “Habían corrido los bonitos arreglos de flores y las velas para subirse”.
En poco tiempo, y con el consentimiento de la misma Turner, Davies echó a dos de sus bailarines y contrató nuevos músicos. “Ella quería rockear”, dice el baterista Jack Bruno, uno de los nuevos reclutas. “Nos traía melodías que nos indicaba ella misma cómo hacer, lo que generalmente significaba que íbamos a usar un tempo más rápido. Esa fue su característica distintiva, cómo se apropiaba de las canciones”.
Para ahorrar dinero, los nuevos músicos salían a tocar con trajes de karate (mucho más baratos que el traje de gala reglamentario de la formación anterior). “Antes Ike era el músico, el líder de la banda y el gerente comercial”, dijo Turner en 1981. “Ahora, esa responsabilidad recae en mí. Esa parte es difícil. Tengo que tomar decisiones que antes no tenía que tomar”.
Como le dijo a Rolling Stone en ese momento: “¡Quiero volver al rock!”. Turner todavía no tenía contrato discográfico y anhelaba estar a la altura de las bandas más grandes de la época. “Ella quería estar a la altura de los Stones y estar a pleno y tener sus propios hits”, dice Ann Behringer, una de sus bailarinas y coristas durante este período. Y, con la ayuda de Davies, esa meta comenzó a tomar forma. Rod Stewart la invitó a tocar con él en Saturday Night Live y Turner abrió para los Stones en Nueva Jersey. Durante esos primeros días de su renacimiento, todavía llenaba la lista de temas con sus singles de la era Ike como “Proud Mary” y “River Deep, Mountain High”. Pero a menudo empezaba los shows con una nueva incorporación a su repertorio: su propia versión de la cruda canción de Stewart “Foolish Behaviour”, rebautizada como “Kill His Wife”. La letra por sí sola era tremenda: “¿Por qué quiero matar a mi esposa?/ Tengo que matarla ya/ He estado planeando durante años deshacerme de ella/ No divorciarme, realmente quiero matarla”. Durante la parte instrumental, Turner llevaba la intensidad un paso más allá y zarandeaba un accesorio impactante: una soga, que hacía girar como un lazo.
Rod Stewart, Roonie Good y Tina Turner
Bruno pensaba que Turner estaba buscando algo teatral. “No estoy seguro de su proceso de pensamiento, pero le gustaba la teatralidad”, dice. “La audiencia aplaudía con cortesía, pero nadie sabía qué pensar, la verdad”. Una vez más, es que pocos sabían a qué se estaba enfrentando Turner después de dejar a Ike: las amenazas de muerte la hacían temer por su vida, tanto que por un tiempito llegó a andar calzada (llevaba una 38, además de guardaespaldas). Durante uno de sus shows en el Fairmont, Ike irrumpió en pleno salón con una patota de amigos. “Tina se puso muy ansiosa”, dice Behringer, “pero era una profesional y actuó como si todo estuviera bien”.
Turner nunca dijo nada sobre la soga, y pronto la sacó de su show. Pero, aparte de ser una imagen inquietante, esa rabia cuestionadora fue el primer indicio de que Turner se iba a convertir en una heroína para las mujeres que sufrían violencia doméstica y estaban buscando una manera de sobrevivir y volver a armar sus vidas.
Después de la inesperada visita de Davies a su show en el Fairmont, la serie de casualidades felices que propiciaron el regreso de Turner siguió con James Brown. En 1982, Ware y Ian Craig Marsh estaban trabajando juntos en British Electric Foundation: querían hacer una colección de covers de canciones de los años sesenta y setenta pasadas por el sinte. El dúo había reclutado a Brown para el cover de “Ball of Confusion”. Pero a último minuto las negociaciones fracasaron, dicen, y de repente los productores se quedaron con la pista rítmica ya grabada y sin la voz; y, lo peor, sin cantante. Para suerte de Turner, las coincidencias que salvarían su carrera aparecieron otra vez. En las oficinas de Virgin Records en Londres, Ware se estaba quejando de lo que había pasado con Brown cuando Ken Berry, uno de los fundadores del sello, justo pasó y escuchó acerca de la situación. Berry mencionó a su amiga Tina Turner: ¿tal vez estaría disponible? Ware acababa de verla tocar en Londres y recordó el poder de su voz y su personalidad. “Me quedé impresionado por su talento y energía”, recuerda. “Y pensé: ‘Bueno, si alguien puede hacerlo, es Tina’”.
Cuando Ware les ofreció pasajes de avión a Londres, ella y Davies aceptaron. Pero la primera fase de las negociaciones casi fracasa otra vez. Al enterarse de que la canción en cuestión era “Ball of Confusion”, Turner “se asustó”, según recuerda Davies en Yo, Tina. “Tenía tanto miedo de que la pusieran de nuevo en una categoría como ‘oldies’ o ‘R&B’”. (Ware, en cambio, dice que Turner ya sabía y que había ensayado la canción y todo, pero que la desconcertó saber que la “banda” era un equipo de sintetizadores).
Eventualmente, Turner aceptó, y grabó la voz en una sola tarde. Nunca estuvo claro si lo que pasó fue que la canción y su época le traían recuerdos de Ike, pero en definitiva parecía estar lista para seguir adelante. “Fue bastante complicado cantar esa canción, parece que hay más de una voz”, le dijo Turner a Ware. “Y yo le contesto: ‘Es Temptations, Tina’”, recuerda Ware. “Entonces me dijo: ‘¿Quiénes son?’. Ahí me di cuenta de que le había dado la espalda al soul. En parte es [Ike], sí, y en parte es que para esa altura sentía más conexión con el mundo del rock & roll”.
Hubo otro revés todavía: “Ball of Confusion” salió sólo en Europa. Pero el latido siniestro y espasmódico de la canción no tenía nada que ver con el R&B groovero que ella había sabido cantar en tiempos de Ike. Por eso fue todo un éxito, un éxito que le anunciaba al mundo que, al fin, una nueva Tina Turner había llegado.
Entonces, Capitol Records mostró interés en firmar con ella, y Tina empezó a trabajar con John Carter, un director de artistas que había convertido el regreso de Turner en una causa personal.
El renacimiento de Tina Turner parecía posible pero, de nuevo, por un tiempo casi no lo fue. En 1983, Capitol reemplazó a su equipo con un nuevo manager que comenzó a cuestionar algunos de los proyectos en marcha. En un comentario infame, del que se supo por primera vez a través de PopMatters en 2009, un ejecutivo no identificado le informaba a Davies que iban a echar a Turner, “esa negra imbécil de mierda”. (Después de que el audio de ese comentario se incluyera en el documental Tina, de 2021, Capitol emitió un comunicado en el que decía que la compañía ahora tenía “una nueva gerencia y directorio, de manera que recién ahora nos estamos enterando de esos comentarios espantosos y totalmente condenables”).
Carter (según le dijo a PopMatters) se arrodilló en una reunión y le dijo al jefe que no iba a salir de su despacho hasta que no llamara a Davies para decirle que había cometido “un horrible error”. A la larga, el ejecutivo accedió a regañadientes a revertir su decisión, pero agregó que la compañía apenas si iba a mover un dedo para promocionar el álbum. La nueva música de Turner iba a salir, pero nadie lo notaría.
Para actualizar su sonido y su imagen, Turner también había deslizado su repertorio a la estética de los años ochenta, incorporando “Dirty Laundry” de Don Henley y “Cat People (Putting Out Fire)” de Bowie. La cercanía con Bowie nos lleva a otro momento crucial, aunque accidental, en su vida. En enero de 1983, Bowie estaba en Nueva York para firmar con EMI y un día, de casualidad, alguien le preguntó qué planeaba hacer esa noche. Para sorpresa del equipo, Bowie anunció que iba a ver a su cantante favorita: o sea, Tina Turner. Gracias a ese gesto de apoyo, Davies recibió inesperadamente una solicitud de más de 60 entradas gratuitas para el show, todas para empleados del sello. “Me volví infinitamente más interesante después de obtener la aprobación de David”, dijo Turner. “No supe nada de todo esto hasta más tarde”.
Tina y Bowie en un concierto del Private Dancer Tour, en 1985. El Duque Blanco se sumó al show con dos temas suyos: “Tonight” y “Let’s Dance”. (Foto: PM/Mirrorpix/Getty Images)
Esa noche, Turner cantaba en el Ritz, un club art déco en el East Village que, reflejando la propia transformación de Turner, no podría haber estado más lejos de los salones de Las Vegas que la habían visto en años malos. Cuando se presentó por primera vez en el club, en 1981, dieron el presente Mick Jagger, Robert De Niro, Diana Ross y Susan Sarandon. Ahora, gracias a “Ball of Confusion”, el regreso de Turner en los primeros días de 1983 tenía otra lista de invitados estelares: Bowie, Keith Richards y el chico malo del tenis del momento, John McEnroe.
Arriba del escenario con un vestidito de cuero negro, Turner aceptó el desafío: su introducción a “Proud Mary” fue aún más sugerente de lo habitual, sus interpretaciones de las canciones de Bowie y Henley prendieron fuego el lugar y una versión lenta de “Help!” de los Beatles le agregó un toque de seriedad y dramatismo de la vida real a la velada. En un momento, Behringer se dio vuelta hacia uno de los palcos para ver a la banda de fans estelares de Turner, alentándola. “Miras para arriba y ahí está David Bowie y toda esta gente, y dices ‘guau’”, comenta. “Todos la apoyaban al 100 por ciento. Todos la idolatraban”.
Después del show, todos se reunieron en el pequeño VIP junto a la oficina del dueño del lugar, Jerry Brandt, una habitación con capacidad para diez personas como máximo. Turner, que siempre insistía en no consumir alcohol ni drogas, agarró una botella de champán en chiste y, en uno de los muchos momentos de coqueteo entre ellos, fingió que vertía la bebida en la boca de David Bowie. Según el fotógrafo Bob Gruen, que estaba ahí, Bowie le siguió el juego, aunque le preocupaba que el champán terminara en su ropa.
Las celebraciones siguieron en la habitación de Keith Richards en el hotel Plaza, donde el mismo Richards tocó el piano, y adonde fueron llegando bandejas de comida y bebida hasta el amanecer. “Todos estaban felices por Tina”, dice Gruen. “Demostró que podía hacerlo sola; no tenía que ser ‘Ike y Tina’”. Como escribió Turner tiempo después: “Para mí, esa noche en el Ritz fue una especie de noche de baile en el palacio (menos la parte del príncipe azul) porque cambió mi vida drásticamente”.
Así empezó el trabajo con el material que se convertiría en 'Private Dancer'. Turner volvió a Londres para otra colaboración con Ware y Marsh. Y nuevamente, Tina estaba lejos de sentirse cautivada por las canciones que los productores tenían en mente, y que incluían “Let’s Stay Together”. “A ustedes no les gusta el rock, ¿no?”, les preguntó. Una vez más, Turner cedió. Después dijo que “justo estaba enamorada de alguien”, por lo que la canción le resultó atractiva. Al igual que con “Ball of Confusion”, su versión lenta del clásico de Al Green inicialmente no estuvo disponible en Estados Unidos. Solo después de que se convirtiera en un hit en Reino Unido, Capitol se dignó a lanzarla al otro lado del Atlántico.
Pero todavía no había nada garantizado. El baterista, Bruno, decidió irse, porque el futuro de Turner era demasiado incierto. “Llevaba tres años y seguía todo igual”, dice. “Seguíamos tocando en hoteles y yo pensaba: ‘Ya fue, esto no va a ninguna parte’. Fijate el olfato que tenía”, dice con ironía. Uno de sus últimos conciertos con ella fue en una convención de McDonald’s en Hawái (finalmente Bruno se reincorporó a la banda, después de la salida de 'Private Dancer', y siguió como su baterista durante décadas).
Pero el hitazo de “Let’s Stay Together” finalmente puso el nuevo disco a toda marcha. Davies y Carter se apresuraron a encontrar productores y canciones. Una de ellas, “What’s Love Got to Do with It”, ya había sido rechazada por otros grandes nombres. Turner estuvo a punto de decir que no, también. “No me gustaba”, dijo. “Pensaba que no era mi estilo”. Dice que incluso le parecía una canción “flojita”. Pero Davies perseveró y el single, que sacó a relucir la experiencia y la ternura en la voz de Turner, sería la confirmación de su renacimiento.
Solo habían sido necesarios cuatro años de expectativas, esperanzas aplastadas, giros equivocados y calumnias, pero Turner había vuelto y para siempre. “Todo se trata de ganarse las cosas”, dice en Yo, Tina. “Realmente no llegás hasta que te lo hayas ganado”.
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