Sesiones de improvisación y peleas de almohadas: de gira con Michael y los Jackson 5, los chicos más trabajadores del ambiente musical.
Fuente: Rolling Stone
Cuando el editor de ROLLING STONE, Ben Fong-Torres, se fue de gira con los Jackson 5 para escribir un artículo de portada en 1971, la experiencia fue algo singular. “ROLLING STONE no solía cubrir cuestiones relacionadas con bandas infantiles”, recuerda Fong-Torres. “Pero la música era verdaderamente extraordinaria, y estaba acaparando el horizonte musical. No solo estaba presente en el Top 40 o la radio de soul, sino también en las principales emisoras de rock”. Fong-Torres pasó cuatro días siguiendo al grupo mientras ofrecía conciertos en Columbus, Ohio, y su pueblo natal, Gary, Indiana. “Todos ellos hablaban sobre sus ambiciones”, dice. “Uno pensaría que cualquier niño que se encontrara en esa posición se conformaría con ello. En su lugar, todos ellos hablaban sobre ir a la escuela y estudiar negocios, música, actuación o arte”. Mirando hacia atrás, Fong-Torres solo se arrepiente de una cosa: en la portada —una imponente fotografía del joven Michael tomada por Henry Diltz, fotógrafo de ROLLING STONE—, la revista preguntaba: “¿Por qué este chico de 11 años no tiene hora de dormir?”. ¿El problema? Michael tenía casi 13 en ese momento, Motown había restado dos años a su edad real por razones de publicidad.
En enero de 1971, los Jackson 5 están tras bambalinas en el Veterans Memorial Auditorium de Columbus, Ohio, tal vez unos 15 segundos antes de su llamada a escena. Michael Jackson le hace una petición a Tito, quien juguetea con su guitarra eléctrica: “Toca algo de Brenda and the Tabulations”, pide Michael. Tito, con una expresión de seriedad poco característica para sus 17 años de edad, sigue ejecutando un riff que acaba de crear, uno que se origina en la parte más baja del mástil de la guitarra. Jermaine, al bajo, toca y canta con su nuevo falsete: “It’s a sha-a-ame… the way you hurt me / Sha-a-ame… Ooh…ooh-ooh…”.
Michael parece inquieto, moviéndose por el camerino con el vestuario puesto: una camisa naranja con pequeñas tortugas verdes y una capa sobre el hombro. Después de posar con sus hermanos para un periódico local, vocaliza llegando a las notas más altas con pequeñas pausas, al tiempo que Jermaine se une en el bajo. A medida que se acercan las 9:30 p.m., Michael pide un hot dog a Jack Nance, el road manager. Poco después, un hombre llega al lugar e indica: “Vámonos”. Es momento de encarar a 4,000 personas aclamándolos, pero hay una sorprendente falta de tensión. Michael toma un par de baquetas y comienza a pegar sobre una copia de ROLLING STONE con James Taylor en la portada hasta que Marlon se lleva la revista.
“Vámonos”. Para el momento en que el riff de Stand suena por duodécima ocasión, los cinco hermanos salen a escena, y la primera ola de gritos no se hace esperar. Están formados con Jackie al centro, Tito y Jermaine detrás de sus guitarras y Marlon y Michael en los dos flancos. Al mismo tiempo, cada uno reposa la mano sobre la cadera izquierda y coloca la otra en concha detrás de la oreja derecha, con la pierna de ese lado taconeando, todo ello al unísono, hasta que Michael se separa de la fila para tomar el micrófono e inundar el lugar con sus gritos.
La noche anterior, en su hotel de Columbus, los Jackson 5 están repartidos en varias suites del mismo piso (cerca del elevador, dos guardias de seguridad mantienen los ojos abiertos a los fans persistentes). Un par de ellos está jugando cartas con vasos de leche semivacíos y una cubeta de pollo frito cerca. Su padre, Joe Jackson, mira el juego de cartas; permanece silencioso, excepto cuando convoca a sus hijos para decirles algo.
Jackie, de 19 años, habla sobre la posibilidad de estudiar negocios, a fin de “tal vez hacerme cargo de la parte financiera del grupo”. Tito, de 17, es quizá el músico más serio del grupo. Escucha a Hendrix y a B.B. King “desde que comencé a tocar la guitarra, hace unos tres años”, dice. Tito sacude la cabeza lentamente, como un viejo bluesero que recuerda otros tiempos, cuando le pregunto sobre hace siete años, cuando Michael se unió al grupo: “Era difícil. Estábamos cortos de dinero. Era un fastidio”.
Jermaine, de 16, ríe con facilidad, tiene una gran sonrisa. Después de las primeras presentaciones, se me acerca, mira mi grabadora de casete y pregunta: “¿Quieres que platiquemos ahora?”. Se sienta contra la cabecera de una cama; me cuenta que él y sus hermanos asisten a una escuela privada en Encino, California: cinco salones y 29 estudiantes; les han asignado un tutor del consejo educativo del estado para seguirlos durante las giras cortas a fin de mantenerlos al corriente de la escuela.
Marlon, de 13 años, es considerado el más silencioso del grupo. En casa, comparten habitación Michael y el pequeño Randy, juegan básquetbol, billar y nadan. A Marlon le gusta ver caricaturas con Michael los sábados por la mañana y, como Michael, está considerando dedicarse a la actuación.
Michael, de 11 años, pesa poco más de 30 kilos. Ha sido el cantante principal en la mayoría de los temas de los Jackson 5: seis sencillos exitosos en 1970; tres álbumes de oro (más un LP navideño que seguramente permanecerá en la historia, como Jingle Bell Rock de Bobby Helms) y dos exitosos sencillos en el primer trimestre de este año.
Michael está sentado en un sofá del hotel. Mira hacia arriba, indicando que está listo para hacer la entrevista. Han acabado los shows, y tiene tiempo para relajarse, jugando cartas, haciendo trucos con ellas y esperando la inevitable pelea de almohadas. Así que sus ojos cafés vagan por ahí de cuando en cuando, atento a todo movimiento.
Se unió al grupo de sus hermanos cuando tenía cuatro años y pronto perfeccionó su imitación de James Brown, haciendo de ella una rutina. “Era increíble”, recuerda Suzanne DePasse, quien coordina el show de los Jackson 5. “Sabía todos los movimientos, las vueltas, las estocadas”. Las primeras canciones que Michael recuerda haber cantado son Under the Boardwalk de The Drifters y Twist and Shout de The Isley Brothers. Sobre el escenario, Michael proyecta cómo siente el blues. Sin embargo, es poco convincente; los Jackson aún no son tan buenos actores. Pero, con una media de edad que ronda los 15 años, han vivido lo suyo.
El primer concierto, recuerda Michael, “fue en un hospital. Tenían un gran Santa Claus”. Otro de los primeros shows fue en Big Top, un centro comercial. “Eran gratuitos, para que la gente pudiera conocer la música. Antes de Motown”, dice Michael, “solíamos ofrecer cinco conciertos por noche en diferentes lugares” y clubes en Chicago y Gary, yendo por el circuito al lado de grupos como The Emotions y The Chi-Lites. Los Jackson también trabajaron en Misuri y Wisconsin, e incluso en una ocasión en Arizona. Llegaron ahí en autobús.
Ahora, siete años después, Michael toca la batería y aprende a tocar el piano. Y en los estudios de Motown en Hollywood, es la voz principal, acompañado de sus hermanos y por el grupo habitual de músicos de Motown en los instrumentos. “Me toma unas dos horas grabar una canción”, dice. “Primero hago mi parte, luego ellos hacen lo suyo”.
Mike es un hábil imitador. Puede ver caricaturas en televisión y dibujar a partir de ello; quiere estudiar arte cuando vaya a la universidad. “También me gustaría ser actor, hacer el tipo de cosas que hace Sidney Poitier”. Cuando le digo a Michael que es un buen cantante de blues, ríe. “Aprendí escuchando”.
Si algo hace falta en una presentación de los Jackson 5, son las sorpresas. Todo lo que ocurre parece el producto de los largos ensayos. Los fans se ponen de pie y gritan; las chicas celebran que han hecho contacto visual con uno de los chicos; se toman de las manos con firmeza para contener la emoción.
Pero no hay movimiento de masas, no se suben a las sillas ni invaden los pasillos. No está el desafío de los conciertos de Sly & the Family Stone.
Después de volar a Gary, los Jackson 5 van a dar el primer concierto del día a las 3 p.m.
Luego se dirigen a la casa del alcalde para una fiesta más o menos privada. Cuando terminan el segundo show, van corriendo a las limusinas para ir a una reunión familiar.
En la fiesta, organizada por una prima de Joe, los parientes les piden fotos y autógrafos. Los muchachos dan las gracias y responden con amabilidad. De todos modos, están contentos de estar allí.
No hay nada como estar en casa.
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