Cuatro muchachos contestatarios e inconformistas debutaron en noviembre de 1992 con el álbum que redefinió el concepto de rock colérico, agresivo, iracundo y visceral, abrasivo cóctel molotov en mano.
Por David Gallardo
Revista Rolling Stone
Prueba a repetir una y otra vez esta letanía, progresivamente con un poquito más de irritación y saña:“Fuck you I won’t do what you tell me! Fuck you I won’t do what you tell me! Fuck you I won’t do what you tell me!” Poco a poco comprobarás cómo se apodera de ti todo el coraje suficiente para plantarte, negarte a soportar ni una injusticia más y pasar a la acción más incendiaria, violenta y destructiva. Pura rabia contra la máquina.
Rage Against The Machine se formaron en 1991 en la convulsa y multiorgásmica megalópolis de Los Angeles. Allí fue donde, durante una competición de rapeo libre, Tom Morello quedó impactado por la capacidad taladradora de Zack de la Rocha. Ambos acordaron rápidamente probar fortuna juntos, con la ayuda del baterista Brad Wilk, conocido de Morello, y del vecino de Zack, el bajista Tim Commerford.
Poco después tocaban por primera vez juntos en una fiesta y tenían lista su primera maqueta. Desde la costa oeste estadounidense comenzó súbitamente y sin previo aviso, pues, la inmisericorde y abrumadora conquista mundial de una apisonadora que, cual infalible batidora estilística, trituraba conciencias y aplastaba tímpanos con sus estruendosas proclamas antisistema, llamadas a la revolución definitiva y defensa de la libertad individual.
El desesperado ímpetu de las insolentes rimas de Zack de la Rocha y la robustez de las guitarras marcianas de Tom Morello fueron desde el primer minuto las señas de identidad de una formación perfectamente amarrada al bajista Tim Commerford como columna jónica rítmica, con la pegada del baterista Brad Wilk como último y concluyente tiro de gracia.
Su mezcla de heavy metal con hip hop, funk, punk y rock alternativo llamó la atención de varias discográficas, ciertamente asombradas con la pegada del grupo. Finalmente ficharon por Epic Records, que les prometió total libertad creativa (algo que se ha mantenido con los años sin injerencias, según Morello), y para cuando publicaron su debut homónimo en la primera semana de Noviembre de aquel (maravilloso año en lo musical, crispado en lo racial en L.A.) 1992, la demencia se disparó.
Sólo la línea de bajo del primer tema, Bombtrack, ya incita a la guerrilla callejera, algo que cinco minutos después se transforma en un incontrolable deseo de salvaje inmolación en el tramo final de Killing In The Name (con su mítico “que me chupes el p**o” en la adaptación patria). Take The Power Back, Settle For Nothing y Bullet in The Head (in your fuckin’ head, de hecho) juegan con el límite de la presión arterial, la oximetría de pulso, la frecuencia cardiaca y el lógico ritmo respiratorio.
Imposible concretar cuantos litros de mala baba derramó Zack sobre el micrófono al espetar fuera de sus casillas ese pendenciero “All of Which are American Dreams” en el final de la frenética Know Your Enemy. Sin molestarse en limpiarlo ni un poquito prosigue el festival de irritación con Wake Up, el ‘homenaje a Manowar’ de Fistful of Steel y Township rebelión, para finiquitar uno de los discos más influyentes de todos los tiempos con la abrumadora épica apocalíptica de Freedom.
Rompe tus cadenas, incendia tus venas, construye para destruir desde dentro, comprométete, lucha por tus derechos, señala a tus enemigos, préndete fuego como Quang Duc, el monje vietnamita de la portada, que se inmoló en una céntrica calle de Saigon el 11 de Junio de 1963 para protestar contra las persecuciones que sufrían los budistas por parte del gobierno de Ngô Đình Diệm. Sin lugar para el desaliento. Pura rabia contra la máquina.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario