El impacto de ver un buen concierto atrae más gente a la música que cualquier otra cosa que rodea a un grupo. Una exposición intenta plasmar las experiencias que se viven en un directo, además de contar cómo es este negocio desde dentro. (Por Carlos Barreiro Revista Rolling Stone)
Se han fundado más grupos de rock en salas de conciertos que en escuelas de música. Lo retrata muy bien 24 Hour Party People, la película de Michael Winterbottom ambientada en el Manchester en el que desarrolló su actividad la discográfica Factory (Happy Mondays, New Order). En la primera visita de los Sex Pistols a la ciudad inglesa había tan solo 42 personas. Pero de ahí salieron emocionados y convencidos de que lo suyo era la música los que luego formarían bandas como The Buzzcocks y Joy Division.
También fue crucial para la historia de los Beatles un concierto del primer grupo que tuvo John Lennon, The Quarrymen. Un amigo llevó a Paul McCartney a verlos tocar. En la fiesta posterior, Macca estaba entusiasmado por lo que había vivido y empezó a hablar con los músicos. Conectó especialmente con Lennon, con el que terminaría trabajando, claro.
En España, también hay proyectos que se fraguaron en la muchedumbre de una sala de conciertos: Genís Segarra y Manolo Martínez de Astrud se conocieron viendo a Pulp y Fernando Pardo (Corizonas) reclutó como teclista de Sex Museum a la que terminaría siendo su pareja, Marta Ruiz, después de ver a Brighton 64 y Dexy's Midnight Runners, no se ponen de acuerdo entre ellos.
A otros la fascinación por la música en vivo les llevó a convertirse en promotores, como es el caso de Gay Mercader (Barcelona, 1954). Empezó a principios de los 70, su filosofía era la de traer a los grupos que le gustaban. Con tal de conseguirlo era capaz de implicar a quien fuese y hacer las mayores insensateces. “Estaba en una misión divina, como decían los Blues Brothers”, bromea. Hoy es el hombre de negocios que representa en España a la mayor empresa musical del mundo, la multinacional Live Nation.
Sus recuerdos y la colección de objetos que ha reunido durante las cuatro décadas que lleva trabajando, son la base de la exposición Live Music Experience, en la Alhóndiga de Bilbao hasta el 2 de septiembre. Hay más de 1.200 metros cuadrados con guitarras de artistas que ha traído de gira, fotografías, carteles, entradas, paneles con datos o espacios en los que el visitante también participa. Se trata de trazar una historia y explicar una industria pero también de “revivir la emoción de la música en directo”, cuenta su comisaria, la periodista Patricia Godes. Godes resume muy bien el papel que juega en la vida de muchas personas: “Antes las ferias y romerías servían para romper con la rutina, relacionarse con los vecinos, recibir a forasteros y acercarse a los ídolos. Hoy vamos a conciertos y festivales”.
A pesar de la complejidad de los montajes, su carácter masivo o las grandes cantidades de dinero que suele haber en juego, el directo todavía es un lugar en el que se pueden vivir momentos mágicos. Jordi Bianciotto (Barcelona, 1964) se encarga de hacer críticas para El Periódico de Catalunya desde 1995. Actualmente es uno de los periodistas que lleva más tiempo desempeñando ese trabajo en la prensa diaria. Afirma que siguen produciéndose situaciones que no están previstas en el guión. “Hasta los Rolling Stones tienen un punto de fuga en el que pueden convertir la noche en algo catastrófico o en algo muy inspirado”, dice. Y recuerda que en el escenario es donde el artista interactúa con su público. Es habitual que modifique su repertorio sobre la marcha, al oír un grito con el título de una canción o ver una pancarta, a veces de lo más singular. “En uno de los conciertos que Bruce Springsteen dio en Barcelona en 2008, un hombre con un extraño panel luminoso, parecidos a esos que puedes ver en las carreteras, consiguió que tocara la canción que él quería”, detalla con humor.
Sin embargo, el veneno de la música en vivo tiene su antídoto. Parece que lo encuentras cuando trabajas dentro de esta industria entregado en cuerpo y alma. Gay Mercader es un buen ejemplo de ello. Es muy desmitificador cuando habla de su trayectoria. Y a pesar de la gran cantidad de amigos que ha hecho y de las buenas experiencias que ha vivido con Keith Richards, Sting, Eric Clapton y Neil Young, tiene claro que si hoy tuviera que empezar de nuevo no sería como promotor. “Negociar para hacer un concierto ahora es una cosa muy desagradable, son todo contables y abogados”, confiesa.
The Rolling Stones. El año cero. (1976, Plaza de Toro Monumental de Barcelona)
Sus diabólicas majestades nos pusieron en el mapa. Tras ellos, Santana y Bob Dylan se interesaron por venir a tocar aquí
Patti Smith. No todo nos llegó con retraso.(1976, Pabellón de Badalona)
Uno de los pocos nombres importantes de la historia del rock que vino en su momento más dulce, acababa de publicar Horses.
Bruce Springsteen. El artista que más público ha movilizado.
(1981, Palacio Municipal de los Deportes de Barcelona)
Desde aquella visita, el Boss ha arrastrado a más de 1 millón de personas a ver sus recitales. Jordi Bianciotto y Mar Cortés lo detallan en “Bruce Sprigsteen en España”.
Fela Kuti. Crónica negra.
(1986, Otto Zutz Club de Barcelona)
La única visita de la leyenda africana no se recuerda por ser uno de su maratones de 9 horas, sino porque una de sus esposas quiso acuchillarlo.
AC/DC. Para la posteridad.
(1996, Plaza de Toros de Las Ventas en Madrid)
Filmado para su publicación en video, las apoteósicas imágenes de los australianos en Madrid durante la gira de Hellbreaker han dado la vuelta al mundo.
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