viernes, 3 de octubre de 2014

El día que nació el festival de rock

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Fuente: Rolling Stone
De Mount Tam a Woodstock y Altamont: la era salvaje que hizo posible que existan Coachela o Benicàssim

En lo que respecta a momentos cruciales, era sencillo, incluso pintoresco. Durante dos jornadas de 1967, unos 40,000 fans se encaminaron hacia un parque en lo alto del monte Tamalpais, al norte de San Francisco. Fueron a pie, en coche y en autobuses escolares alquilados, y se sentaron al sol y fumaron hierba mientras veían a los Doors, los Byrds y Captain Beefheart.

Las entradas costaban dos dólares de entonces y un enorme globo con una imagen de Buda recibía a los asistentes. Los conciertos debían terminar cuando oscurecía, porque el parque no tenía electricidad. La era hippie daba sus primeros pasos, y buena parte del público llevaba el pelo corto y camisas con cuello. Según uno de los organizadores, el ejecutivo de radio Tom Rounds, la seguridad consistía en “policías del parque y naturalistas que hablaban de agujas de pino”. Después, el titular de un periódico local rezaba a toda página: “Hippies reciben un ramo por su buen comportamiento”.

Justo nueve días antes, los Beatles habían publicado su obra maestra, Sgt. Pepper’s lonely hearts club band, y cambiaron la música. Sin embargo, a su manera, esta reunión en el monte Tam –oficialmente conocida como Fantasy Fair and Magic Mountain Music Festival– creó algo igual de profundo: el primer festival de rock.

Los Doors actuaron en Mount Tam, uno de los primeros festivales
 ® Michael Ochs Archives/Getty Images

En la era de Coachella, Primavera Sound y Glastonbury, los grandes festivales son habituales dentro del panorama pop. Sin embargo, hasta el Verano del Amor, la idea de decenas de miles de personas reuniéndose en espacios abiertos y escuchando a una selección de bandas resultaba inaudita. Entre 1967 y mediados de los 70, los festivales al aire libre se convirtieron en un pilar de la vida del rock. Solían estar anárquicamente organizados y acababan embarrados, pero también acogieron algunos de los momentos más cruciales de la música: Jimi Hendrix prendiendo fuego a su guitarra en Monterrey, Sly and the Family Stone entregando una extática I want to take you higher en Woodstock, un Bob Dylan con traje blanco emergiendo de su retiro en Wight (1969). Encarnaban la idea de una comunidad rockera; sus triunfos y errores fueron lecciones para el festival moderno.

Ahora estaban destinados a enmendar algunos de los problemas de los conciertos de rock de los 60. En una actuación de los Rolling Stones en el Cow Palace de San Francisco, en 1966, Rounds observó cómo jóvenes fans, algunos de apenas 13 años, se precipitaban emocionados hacia las barreras, solo para ser recogidos por los de seguridad y empujados de vuelta a la multitud, y a veces contra el duro suelo de cemento. “Ese sonido cuando se golpeaban era horrible. Recuerdo decirle a uno de mis compañeros: ‘Tiene que haber una manera mejor de hacer esto. ¿Qué tal si lo hacemos al aire libre?”, cuenta Rounds.

En la misma época, el mánager y director de Dunhill Records, Lou Adler, habló con John Phillips y Cass Elliot, de Mamas and the Papas, y Paul McCartney sobre festivales de jazz y folk como el de Newport. La conversación derivó en cómo “el rock no era considerado un arte como lo era el jazz”, comenta Adler. Poco después, Adler y Phillips urdieron un ambicioso plan: tres días de pop, rock y soul en el recinto ferial del condado de Monterey, en California.

Adler y Phillips se encontraron con que el gobierno local oponía resistencia, preocupado por tener a miles de hippies deambulando por la conservadora ciudad. Phillips se ganó a los funcionarios hablándoles de los ingresos que iban a generar; también fue de ayuda que los cabezas de cartel anunciados, Mamas and the Papas y Simon & Garfunkel, figurasen en las listas de éxitos. “No estoy seguro de que hubieran aceptado de haberles dicho Grateful Dead”, reconoce Adler.

Phillips y Alder echaron mano de sus amigos músicos para que les dieran ideas sobre a quién debían contratar. McCartney sugirió a Hendrix; el mánager de los Stones, Andrew Loog Oldham, dijo que debían llamar a The Who. Por problemas con el visado, quedaron fuera los Kinks y Donovan; y, a día de hoy, nadie está seguro de si los Doors fueron invitados o no.

The Who actuando en Monterey Pop Festival.
® Paul Ryan/Michael Ochs Archives/Getty Images

Para compensar la ausencia de nombres de la Motown (según Adler, nadie sabía cómo contactar con Berry Gordy), contaron con Otis Redding. Durante el transcurso de tres armoniosos días, los músicos se paseaban por el backstage, comiendo langosta y bistec, mientras un público –que acabó superando las 50,000 personas– se tragaba todo, desde los Dead hasta Lou Rawls. “Todo el mundo jugaba en el mismo campo y era civilizado”, recuerda Chris Hillman de los Byrds, que actuó y se paseó por el lugar junto a John Entwistle de The Who: “Era la perfecta representación de la idea de paz y amor de mediados de los 60.”

En algunos casos, las propias bandas veían por primera vez a sus compañeros. “Estábamos a un lado del escenario, y Hendrix estaba moviendo las manos sobre el fuego como si se tratase de una movida espiritual extraña”, cuenta Grace Slick. “Y luego tumbó su guitarra y le prendió fuego. Nos quedamos en plan, ‘¡Uau!”.

Adler había oído que The Who podían sembrar el caos con su equipo, pero aún así salió al escenario para salvar la batería de Keith Moon cuando, al terminar, la banda empezó a destrozar sus instrumentos. “Sabíamos cómo eran sus directos en Inglaterra, pero esto alcanzaba otro nivel”, recuerda Adler.

Las buenas palabras sobre Monterey se extendieron rápidamente. Robbie Robertson, de The Band, se encontró con Brian Jones, de los Stones, quien había merodeado felizmente por el festival. “Me contó que fue muy bonito”, comenta Robertson. “Y que una detrás de otra, las actuaciones eran fantásticas”.

¡MONTEREY REPRESENTABA LA IDEA DE PAZ Y AMOR DE LOS 60! 
–CHRIS HILLMAN (BYRDS)

Jóvenes promotores de rock escucharon las mismas opiniones, y en los dos años que le siguieron, festivales de impresionante cartel entraron a formar parte del panorama rock. Casi 100,000 personas acudieron al Miami Pop Festival a finales de 1968 para ver a los Dead, Joni Mitchell, Marvin Gaye y Chuck Berry; al año siguiente, 130,000 escucharon a Janis Joplin y Creedence Clearwater Revival en el Atlanta International Pop Festival.

Michael Lang, un promotor de 23 años, se sintió tan inspirado por Monterey que organizó el primer festival de pop de Miami. Y tenía otros planes. En la granja de Max Yasgur, a unas horas al norte de Nueva York, esperaba que alrededor de 200,000 personas acudieran al Woodstock Music & Art Fair, en agosto de 1969. Se presentaron el doble. El encargado de abrir el festival, el cantautor Tim Hardin, cambió de opinión en el último minuto (convencieron a Richie Havens para sustituirle). Jefferson Airplane tuvieron que esperar en el backstage casi 12 horas hasta para actuar. “No tenía la espectacular precisión de Monterey”, asegura Slick.

Llegando en helicóptero, Robertson vio el increíble océano de cuerpos. “Todo resultaba apabullante. Nadie en el mundo había montado un festival a esta escala”, explica. En esos tres días también se presenciaron una sobredosis de heroína, 33 arrestos por drogas y a miles de personas que se colaron. Salir era más difícil que entrar: el coche de The Band tuvo que ser sacado del barro por una grúa.

Pero enseguida todo el mundo se dio cuenta de que se había hecho historia. Las multitudes empapadas por la lluvia fueron testigos de exitosas actuaciones de Santana y Joe Cocker, el debut festivalero de Crosby, Stills, Nash and Young, y (para los 80,000 que quedaban al final) el culminante Star spangled banner de Hendrix. Woodstock auguró una nueva era del rock más cargada de festivales… que acabaría incluso más pronto de lo esperado.

En teoría el Altamont Speedway Free Festival era una secuela lógica de Woodstock. Instalado a las afueras de San Francisco, cuatro meses más tarde, contaba con un cartel espectacular: los Rolling Stones, Grateful Dead, CSNY, Santana, Flying Burrito Brothers y Jefferson Airplane.

En principio, se había planeado como un concierto gratuito de los Stones en el Golden Gate Park (San Francisco) para finalizar su primera gira por Estados Unidos en tres años. A sugerencia de Jefferson, los Ángeles del Infierno fueron contratados como encargados de seguridad (“En parte fue nuestra culpa”, admite Slick), y la situación se tornó violenta y fea. A Marty Balin de Jefferson lo dejaron inconsciente tras decirle “Que te jodan” a un ángel que amenazaba al público; otro ángel casi no le deja subirse al escenario a Hillman, con su bajo a cuestas. “Los Ángeles se metían entre el público como una panda de vikingos. Algo iba a pasar”, recuerda Hillman.

A medida que su helicóptero subía desde el Altamont Speedway, Paul Kantner (Jefferson) se giró hacia Slick. “Me dijo, ‘Vaya, parece que alguien ha sido empujado o apuñalado ahí abajo’. Y tenía razón”, recuerda Slick. Un joven afroamericano de 18 años llamado Meredith Hunter había corrido hacia el escenario con una pistola en la mano, y al menos un Ángel se abalanzó sobre él y le apuñaló. “Podría haber sido un gran día”, comenta Lang, asesor del festival, que asegura que él no supo que los Ángeles iban a encargarse de la seguridad hasta el día antes. “El ambiente era infernal a 15 metros del escenario, pero hacia atrás la gente era ajena a todo. Preguntaban por qué había parado de sonar la música. Fue todo lo que no fue Woodstock”, recuerda. (El ángel acusado de asesinato fue absuelto alegando defensa propia).

UNAS 400,000 PERSONAS ENTRARON SIN PAGAR EN WATKINS GLEN

A pesar de que en general se le echa la culpa a Altamont de la muerte del festival de rock, el éxito de la marca Woodstock –un documental que recaudó más de 35 millones de euros y un triple LP que fue un éxito de ventas– se merece parte de la responsabilidad. Buscando un nuevo Woodstock, los promotores se volvieron locos a lo largo de 1970. Pero donde Woodstock tuvo suerte, a pesar de la gente que se colaba y del mal tiempo, sus sucesores no fueron tan afortunados. Fans furiosos atacaron el Atlanta Pop Festival, el New York Pop Festival y el Strawberry Fields Festival, a las afueras de Toronto, cuyos promotores perdieron más de 700,000 euros cuando más de 90,000 fans exigieron entrar gratis. Joni Mitchell fue brutalmente interrumpida en el Isle Of Wight de 1970, que también sufrió hogueras y gente que se coló.

Asustados ante la idea de otro Woodstock en su zona, las comunidades locales hacían todo lo posible para cancelar los festivales. El pueblo de Middlefield (Connecticut) decidió después de todo que no quería un festival en la zona de esquí de Power Ridge, y la mayoría de los cabezas de cartel programados –Joplin, Fleetwood Mac, James Taylor y Allman Brothers Band, entre otros– no se presentaron –el promotor acabó encarcelado al no poder devolver el dinero de las entradas–. El Procurador General de Iowa casi canceló un festival antes de que arrancara, y el gobernador de Hawai prohibió la propuesta del World Peace Festival en el estado alegando “la evidente congestión de basura, sanidad pública y tráfico y otros problemas relacionados”. Lang no volvió a organizar otro festival hasta el Woodstock II en 1994.

Aunque los festivales de gran escala estaban en declive, esto no impidió que dos promotores, Jim Koplik y Shelly Finkel, planearan un espectáculo de un día en Watkins Glen, al norte del estado de Nueva York, en el verano de 1973. El cartel –The Band, los Dead y Allman Brothers– era fantástico, y según Koplik, el festival generó ingresos de inmediato al vender 200,000 entradas. Una oficina entre bastidores estaba equipada con lo que Koplik denomina una “mini montaña” de cocaína: “Las bandas se enteraron de la existencia de nuestro montón e invadían la oficina. Los Allman, sobre todo, porque eso significaba que tenían más cantidad de la suya para ellos”, recuerda.

Watkins Glen se convirtió involuntariamente en un festival de dos días, cuando los fans se acercaron un día antes para ver las pruebas de sonido. El día de apertura, ocurrió algo impensable: se presentaron otras 400,000 personas. “Pensamos que sería peor enfrentarnos a una revuelta, así que dejamos entrar a todo el mundo (gratis)”, explica Koplik. Watkins Glen superó a Woodstock, con 100,000 personas más.

A pesar de los baños colapsados y otros problemas, el festival fue sorprendentemente bien, terminando con una excepcional improvisación entre los miembros de las tres bandas. Pero para Robbie Robertson, Watkins Glen era un último suspiro. El directo de The Band tuvo que suspenderse temporalmente debido a la torrencial lluvia. “Ves a toda esa gente empapada de barro y parece el purgatorio”, asegura Robertson. Cuando se reanudó, vio cómo el siempre valiente promotor Bill Graham pisaba los dedos de la gente que intentaba trepar al escenario. “No siempre los puedes tratar con amor, Robbie”, le dijo a Robertson con una sonrisa. Cuando Koplik y Finkel intentaron organizar una secuela al año siguiente, el pueblo los rechazó.

Los festivales se convertirían en una tradición en Europa, pero pasó casi una década antes de la siguiente gran tentativa en Estados Unidos: los US Festival de 1982 y de 1983 financiados por Steve Wozniak. El cofundador de Apple perdió 17 millones de euros. El festival de rock no resucitaría hasta la llegada de Coachella en 1999.

El simbólico final de la primera y a menudo gloriosa era del festival de rock tuvo lugar en Watkins Glen. Seis años antes, en el Fantasy Fair, dos paracaidistas de caída libre se tiraban mientras Fifth Dimension tocaba su éxito pop Up, up and away. En Watkins Glen, un paracaidista, ajeno al festival, saltó desde un avión durante el directo de The Band y encendió unas bengalas prendiéndose fuego a sí mismo. Su cuerpo fue descubierto fuera del cámping. Los supervivientes de la primera era de los festivales miran atrás con asombro y lamentos. “Siendo joven, piensas, ‘Esto no es más que el principio, esto va a ser incluso más maravilloso’. Bueno, pues no tanto”, comenta Slick.

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