Fuente: Rolling Stone
Crearon el sueño californiano, se adelantaron a los Beatles y vendieron millones. Pero detrás de sus sonrisas y armonías, había drogas, desequilibrios psíquicos y abusos familiares. “Soy afortunado pero he tenido malos tragos”, cuenta a Rolling Stone Mike Love, superviviente del grupo más longevo y turbulento de los 60.
The Beach Boys reinaban en los Estados Unidos en el verano de 1964. Estaban en lo más alto de las listas, nadie innovaba musicalmente como ellos y ni siquiera The Beatles eran una amenaza para estos adolescentes blancos, talentosos y trabajadores. Eran el gran sueño americano. “Fue una etapa con mucha creatividad, energía y excitación”, cuenta a Rolling Stone sobre aquella época Mike Love (Estados Unidos, 73 años), cantante de la banda. Ahora, con la actual gira del grupo, celebra los 50 años de Fun, Fun, Fun, el exitoso sencillo sobre una chica que le roba el coche a su papá para impresionar a los chicos. Pero detrás de sus armonías celestiales, las sonrisas Profidén y los conjuntados trajes, la vida era menos divertida y despreocupada para estos populares chicos: Las drogas, los desequilibrios mentales o los rifirrafes internos mermaron a este grupo, cuando había llegado a lo más alto. “Soy afortunado por lo que he vivido, pero, como todo el mundo, he tenido mis malos tragos”, se sincera Love. Responde por teléfono, en Detroit (EE UU), donde actúa por la noche con una nueva formación de The Beach Boys, en la que únicamente está él de los miembros fundadores.
Este señor, de mirada firme y que viste camisas de dudoso gusto, sigue recorriendo el mundo, cantando los súper éxitos playeros de The Beach Boys. “Me gusta tener las cosas en orden. Saber qué vamos a hacer y cuándo lo haremos”, recalca el vocalista prodigioso. Quizás por ello haya sobrevivido, como ningún otro beach boy, a las giras extenuantes, los mánagers abusivos o, lo más doloroso, la muerte de varios familiares con los que formó la banda que dio el pistoletazo de salida a los 60.
“No éramos buenos surfistas”
Un monumento conmemorativo, grande y hortera, se encuentra donde estaba la casa en la que se formaron The Beach Boys, en Hawthorne, pequeña ciudad en el sudeste del condado de Los Ángeles. Donde ahora hay una ladera colindante a una autopista, estaba la vivienda de los Wilson. La estampa en este suburbio era de película de los años 50: Los niños correteaban de un jardín a otro, cuando no estaban jugando al béisbol. Pero dentro de este hogar, la vida era todo menos apaciguada. Ahí mandaba Murry Wilson, quien tenía atemorizados a sus tres hijos: Brian, Dennis y Carl.
Este padre con gafas de fondo de botella podía llegar a los puños en sus broncas y, según la leyenda, incluso obligó a sus pequeños, como castigo, a defecar sobre platos o a mirar fijamente su cuenca ocular, tras quitarse el ojo de cristal. Mientras, su mujer, la dulce Audree, trataba de gestionar la ley del silencio como podía. “Era un hombre repulsivo”, recuerda un vecino en el documental The Real Beach Boy.
Sólo la música parecía calmar a Murry. Este currito de una compañía de neumáticos pasaba sus ratos libres al piano, componiendo canciones que intentaba vender, sin demasiado éxito, a las editoriales de Hollywood. Por eso, cuando escuchó a Brian tararear una melodía, con un año, sintió que había plantado bien su semilla. Se preocupó por que el mayor de sus hijos desarrollara su talento, regalándole instrumentos y rudimentarios aparatos para grabar. “No puedo recordar un solo momento en el que no hubiera música en mi familia”, cuenta Mike, primo de estos hermanos. Cuando llegaban las navidades, los Love se juntaban con los Wilson para cantar los éxitos de la radio.
Si Brian era el adolescente sensible y musical, Dennis, como pasa con los hermanos de en medio, fue el rebelde. Mientras el primero pasaba las tardes encerrado, componiendo canciones parecidas a las de sus queridos Chuck Berry y The Four Freshmen, el segundo se metía en líos por pequeños hurtos, alguna bronca o la trastada que tocara. Pero también quiso estar, cuando sus hermanos se juntaron con Mike y un colega del instituto, Al Jardine, para formar una banda. Carl, el pequeño de los Wilson, sólo tenía 14 años cuando se juntaron los Beach Boys.
Lo de componer canciones sobre surf fue cosa de Dennis, quien sugirió a su hermano mayor que se inspirara en el deporte que estaba de moda en las playas angelinas. Solía pasar las tardes cogiendo olas. Para el resto, en cambio, el mundo de los surferos era ajeno: “Surfeé algo en el instituto pero es muy difícil, tienes que practicar mucho para aguantar. No éramos buenos surfistas, pero cantábamos bien sobre ello”, revela Love. Brian, algo fondón, jamás se subió a una tabla, pero se puso manos a la obra para crear un mundo de fiestas playeras, chicas en bikini y puestas de sol que en realidad nunca había visto. Y así, de la mente de un adolescente tímido, genial y asfixiado por su padre, nació el sueño californiano.
Antes que los Beatles
Surfin’, el primer sencillo de los Beach Boys, suena primitivo y extrañamente pegajoso. Unos escuetos golpes de caja marcan el ritmo, las guitarras apenas se escuchan y las armonías vocales rozan lo tosco, al cantar que “el surf es la única manera de vivir”. Pero tiene el descaro, la inocencia y la sencillez de los primeros grupos que arrasaron en los 60. Es un disco pionero: cuando se publicó, en diciembre de 1961, el rock and roll estaba pasado de moda y los Beatles aún eran unos muertos de hambre que se curtían en Hamburgo. “Fuimos la primera banda que hizo sus canciones”, recalca Love.
De manera inesperada, se abrió paso entre las posiciones más discretas de la lista de ventas en los Estados Unidos, se convirtió en un fenómeno en las radios de Los Ángeles y, más determinante, encendió la ambición de Murry, que quiso realizar su sueños frustrados mediante sus hijos. Rápido encarnó, como suele suceder en estos casos, el papel de padre explotador, manipulador y omnipresente, al autoproclamarse mánager. Años después, su figura le costaría horas de terapia a Brian, que, sin embargo, no le desacredita: “Fue determinante para que nos pusiésemos las pilas”, ha contado este músico de 72 años, que –dicen las malas lenguas–, de niño perdió la audición en el oído derecho por una bofetada de su progenitor.
Las reglas del exigente papá eran duras: a estos jovenzuelos playeros les tocaba pagar 100 dólares de multa si decían un taco, se quedaban dormidos o llegaban tarde a un ensayo (lo que a día de hoy equivaldría a unos 540 euros). De juergas por supuesto ni se hablaba y hubo poco margen para despendolar cuando las cosas empezaron a rodar rápido, en la primavera de 1962, tras la publicación de Surfin’ Safari, el primer álbum de la banda. En pocos meses, el grupo había alicatado su sonido: en la canción que le da título, la intuitiva batería de Dennis empuja enérgicamente las celestiales voces, y las guitarras suenan cristalinas y precisas. Por sus pintas podían parecer inocentes, pero la cosa iba en serio.
El éxito de The Beach Boys se expandió por su país y, para celebrarlo, se sacaron de la manga Surfin’ USA (1963), un auténtico himno nacional surfero. “Si todos en Estados Unidos tuviesen un océano, harían surf como en California”, dice el arranque de este sencillo, con el que el grupo se colocó por primera vez en la parte alta de la listas, no sólo en su país, también en algunos lejanos, y poco dados al surf, como Gran Bretaña y Suecia. “Cuando conduzco me fijo en si ponen nuestras canciones en la radio. No es complicado pillar alguna: suenan siempre, en cualquier radio dedicada a los 60”, bromea Mike. La etapa dorada del grupo había comenzado.
Y llegó el LSD
Fun, Fun, Fun y I Get Around pusieron banda sonora al verano de 1964. Este último sencillo tiene melodías y armonías muchos más complejas que las de The Beatles, The Rolling Stones u otras bandas británicas que conquistaron Estados Unidos entonces. The Beach Boys iban por delante. Arrasaron cuando lo tocaron en The Ed Sullivan Show, el programa de televisión donde sólo salían los verdaderamente grandes. El éxito empezó a pasar factura pronto.
Hartos de sus represalias, despidieron a Murry. Quitarse al invasivo padre y mánager fue una liberación, pero coincidió con el primer gran revés para la banda: en diciembre de aquel año, Brian sufrió un ataque de ansiedad, en pleno vuelo. Se tomó una decisión determinante: no volvería a la carretera. “Llegó un punto en el que no asumía la carga de la popularidad. Cuando estuvimos en Australia, gastó miles de dólares en hablar por teléfono con su novia”, recuerda Mike.
Mientras el resto del grupo continuaba con sus compromisos en directo, el mayor de los Wilson pudo dedicarse a lo que le gustaba, que era componer y grabar. De nuevo, pasaba las tardes hurgando entre las melodías en su cabeza, sólo que ahora vivía en una mansión en Beverly Hills, y se codeaba con los niños bien y bohemios de Los Ángeles. Las drogas no tardaron en llegar.
Cabe preguntarse qué fue más revelador para Brian: ¿El sonido de Phil Spector –el productor que con su eco revolucionó las grabaciones en los sesenta–, o el LSD, el ácido alucinógeno que cambió el pensamiento de la década? La influencia de ambos es más que palpable en sus composiciones de entonces. Empezó a experimentar con nuevos instrumentos y sonidos: flautas, arpas, latas de Coca Cola… Había sitio para todo. Cuando sus compañeros se reunieron para cantar sus nuevas canciones, alucinaron. ¿Qué había pasado con el surf? ¿De dónde venían todas esas letras introspectivas?
El sencillo más caro de los 60
Tras diez meses en diferentes estudios –un tiempo extraordinariamente largo por entonces para grabar–, llegó Pet Sounds (1966), disco pilar en la historia del rock. “Es un mordaz ciclo de canciones de amor que impactan como una evocadora y destructiva novela”, lo definió Rolling Stone, pocos años después de su publicación. Para Paul McCartney fue una revelación: tras escucharlo en las oficinas de su discográfica, salió corriendo para componer Here, There and Everywhere –incluido en Revolver (1966), de The Beatles. “Cualquiera que sepa un poco de música entiende su relevancia”, recalca Love por su parte.
Pero el mayor éxito de The Beach Boys se quedó fuera de Pet Sounds. Tras muchas discusiones, se decidió lanzar por separado el tema Good Vibrations (1966), la obra faraónica de Brian Wilson. Costó 50,000 dólares grabarlo (el disco más caro hasta entonces, unos 37,000 euros) y supuso siete meses de obsesivo trabajo, hasta que sus tres minutos y medio sonaron como su creador quería. El esfuerzo dio beneficios: fue número en Estados Unidos y Gran Bretaña, y se vendieron seis millones de ejemplares del sencillo. Pero, más que eso, abrió una nueva era en el pop: su influencia es clave en Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967), el icónico álbum de The Beatles, publicado nueve meses después. Rolling Stone colocó Good Vibrations en la sexta posición en el ranking con las 500 mejores canciones de la historia.
Para Mike Love, sin embargo, recordarlo es agrio: “Estábamos evolucionando, pero nuestra discográfica no nos promocionó bien. The Beatles sí supieron transmitir ese cambio. No tenía ningún sentido que en 1966 nos vendiesen como el mejor grupo de surf de Estados Unidos. Entonces no era relevante”, explica.
¿Eso los molestó?
Estábamos frustrados, pero no llegamos a enfadarnos.
¿Ha sido el mayor revés en la carrera de The Beach Boys?
Lo más triste en todos estos años ha tenido que ver con las drogas. Mi primos estuvieron muy metidos y eso les hizo mucho daño.
El encontronazo con Charles Manson
The Beach Boys, de la noche a la mañana, eran algo del pasado. No fueron bien recibidos por los fans de la psicodelia que, paradojas, habían impulsado en gran parte con sus atrevidas producciones. Y en sus conciertos, el público hippie se reía de sus trajes conjuntados. El mundo giraba rápido en los últimos 60.
Aunque el verdadero problema estaba dentro del grupo: su motor creativo, Brian, comenzó a desvariar. Demasiadas drogas y ambiciones: “Quiero componer una sinfonía adolescente para Dios”, dijo en más de una ocasión sobre Smile, la continuación de Pet Sounds, álbum que fue anunciado a bombo y platillo, pero que The Beach Boys nunca terminaron. El mayor de los Wilson se perdió en una espiral de drogas, comida basura y días enteros en la cama, como cuenta la biografía no oficial Catch a Wave: The Rise, Fall and Redemption of The Beach Boy’s Brian Wilson. El quinteto pronto lidió con sus primeros batacazos de ventas.
Para Dennis, la psicodelia en Los Ángeles fue más divertida, pero también vivió turbulencias. En su casa en Sunset Boulevard los desparrames eran habituales. Hasta que llegó Charles Manson, el asesino de Sharon Tate. Junto con su séquito, este psicópata vivió una temporada bajo su techo. Las malas casualidades llevaron al músico a recoger a dos seguidoras del barbudo líder, que hacían autostop. Fue el primer paso para que estos lunáticos se metiesen en su cocina.
Manson llegó a componer una canción con Dennis, que salió como cara b de The Beach Boys (Never Learn Not to Love). Cuando descubrió su naturaleza retorcida, no fue capaz de echarlo. Optó por irse de la casa, dejando ahí a sus peligrosos invitados, lo que le costó una amenaza de muerte de Charles Manson.
El secreto mejor guardado
Mike Love, en cambió, vivió sus últimos 60 con serenidad. Encontró otra manera de alterar su mente: “Aprendí meditación trascendental con Maharishi Mahesh Yogi y eso me apartó de las drogas. Fui a la India para aprender”, recuerda. En aquel viaje coincidió con The Beatles, la gran competencia de The Beach Boys entonces. Echa la vista atrás: “Una mañana, desayunando, Paul McCartney canturreó Back in The USSR, con una guitarra acústica. La acababa de componer. Le sugerí que cantase sobre las chicas rusas”. Y recalca: “Nos conocíamos pero no éramos grandes amigos. Veníamos de mundos muy diferentes”, dice sobre el grupo que copió más de una idea de su banda.
Desde entonces, Mike practica meditación a diario. “Me ha dado claridad y optimismo”, explica. Le ha ayudado a sobrellevar la montaña rusa de The Beach Boys: el bajón de popularidad en los 70, la repentina muerte de Murry por un ataque al corazón (en 1973), los desequilibrios psíquicos de Brian (y las consecuentes manipulaciones de su terapeuta, el polémico Eugene Landy), el inesperado éxito en los 80 con el millonario sencillo Kokomo (de la banda sonora de Cocktail), las disputas legales entre los miembros por los derechos…
Aunque dos momentos son especialmente turbulentos en su memoria: la muerte de sus primos Dennis y Carl, en 1983 y 1998. El primero se ahogó, tras lanzarse a nadar desde su barco, borracho y puesto de cocaína; el segundo falleció por un cáncer de pulmón. “Son tragedias que hay que pasar. Todo el mundo sufre por pérdidas. Es la vida”, reflexiona el curtido músico.
No falta quien le critica por usar el nombre The Beach Boys para dar conciertos sin los otros fundadores vivos, Brian y Al Jardine (con quienes se reunió en 2012 para celebrar el 50 cumpleaños del grupo). Mike rebate: “Durante más de cinco décadas me he dedicado a crear y tocar la música de este grupo. Al ser el cantante principal, me he preocupado de mantener nuestra música viva, llevándola a todo el mundo. Y aún nos quedan sitios por conocer”, dice este superviviente de 73 años, que en su vida no sólo ha vendido más de cien millones de discos: también es padre de nueve hijos. El secreto del éxito no era el surf: es el yoga.
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