martes, 3 de febrero de 2015

10 discos sacados de madre: Piruetas sin red, álbumes que se salieron de la norma

Nirvana arrasa con un corte de mangas, Neil Young demandado por su discográfica, Springsteen inventa la americana music... Lista imprescindible de diez impredecibles.
Fuente: Rolling Stone

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Obras suicidas, inesperados cambios de tercio, cortes de manga a discográficas y a las expectativas del público… La historia de la música popular no sería la misma sin tal sucesión de discos audaces, siempre al borde del autosabotaje. Aquí tienes los diez álbumes más representativos que desafiaron las expectativas de los fans y de la crítica. Se salieron de la norma.

1. Lou Reed-Metal Machine Music (RCA, 1975) 
Dijo una vez Andy Warhol que un artista es aquel que produce cosas que la gente no necesita. Y lo cierto es que Lou Reed debió tomar buena nota de la cita de su mentor a la hora de urdir esta larga oda a la cacofonía, de más de una hora. Tomadura de pelo para algunos, piedra fundacional del noise y avanzadilla del punk para otros, gozó en su momento de una tirada limitada, que pronto lo convirtió en objeto de coleccionista. El propio Reed se vanagloriaba de ser la única persona capaz de haberlo escuchado entero. Y no es de extrañar, dada la extrema aspereza atonal de su contenido, fruto de la retorcida mente de un hombre que, a los 35 años, ya parecía estar de vuelta de todo.

2. Nirvana-In Utero (Geffen, 1993) 
Las insaciables fauces de la industria discográfica esperaban una segunda parte de Nervemind (Geffen, 1991). Pero Cobain y los suyos reclutaron a Steve Albini y sus métodos de producción espartana y crujiente para preservar toda la crudeza de su propuesta, renegando de la lima de Butch Vig. El resultado, pese a las reticencias de Geffen (y a las mezclas postreras de Scott Litt en un par de temas) es un álbum descarnado y abrupto, síntoma de la integridad creativa de los de Seattle e involuntario epitafio a su fulgurante carrera. Sin cortapisas líricas ni paños calientes. Vendió más de 15 millones de copias.

3. R.E.M.-Monster (Warner, 1994) 
No fue exactamente un triple salto mortal, pero sí una maniobra considerablemente osada para una banda que había vendido 36 millones de copias entre Out Of Time (91) y Automatic For The People (92), su cima comercial. Una vuelta al rock desde una perspectiva distinta a la que acostumbraban, en la que el manto de feedback y ese rugoso acabado formal que parecía congraciarse con la pujante nación alternativa del momento (colaboraciones de Thurston Moore, Lou Barlow y elegía a Cobain mediante) no deberían ocultar el sensual pálpito glam y soul que emergía entre la herrumbre.

4. Boo Radleys-C’Mon Kids (Creation, 1996) 
El éxito del sencillo Wake Up Boo! (y del álbum Wake Up!, de 1995) hizo pensar a muchos que se trataba simplemente de otra banda más de brit pop. Su secuela demostró a la legión de incautos y advenedizos que la creatividad de los Boo Radleys, forjada años antes al calor de la escuela shoegazer, ni tenía límites ni merecía ser empaquetada junto a tanta medianía. Allí seguían el aliento melódico Beatle, el barroquismo de Love y las vaharadas psicodélicas. Pero esta vez filtrados a través de inesperados cambios de ritmo, rupturas discursivas, distorsión agreste y electrónica de desguace. Fascinante corte de mangas a las expectativas de público y crítica.

5. Scott Walker-Tilt (Fontana, 1995) 
El ídolo teen de los 60 al frente de los Walker Brothers, convertido en excelso crooner a finales de aquella década con sus cuatro álbumes homónimos, aún se guardaba unas cuantas cartas en la manga. Y aunque Climate of Hunter (84) había puesto sobre aviso, nadie podía esperar la mutación en cronista del abismo que marcaría la carrera de Walker a partir de Tilt (95). Impenetrable para algunos, fascinante como un pozo sin fondo para otros, sería el punto de partida para que este inverosímil hombre de las tinieblas sustentase ese trayecto crepuscular (reforzado con sus últimos discos) que desmiente el prejuicio de que la tercera edad sea sinónimo de acomodamiento.

6. Neil Young-Trans (Geffen, 1982) 
La década de los 80 no fue especialmente benévola con la mayoría de vacas sagradas del rock and roll. Ni con Bowie, ni con Reed, ni con Iggy, ni con Dylan ni con los Stones. Y tampoco lo fue (excepción hecha del glorioso Freedom, del 89) con Neil Young. Trans, sustanciado en una empanada de ritmos sintetizados y voces vocoderizadas, presuntamente inspirada en Kraftwerk, que podría dejar en pañales las recientes veleidades electrónicas de The Strokes y Mando Diao. Ni siquiera el hecho de que se gestase como un intento por comunicarse con su hijo, Ben, afectado de parálisis cerebral, pudo redimirle ante una crítica y público desconcertados. Tras este disco, Geffen demandó a Young por la edición de “música no representativa y deliberadamente no comercial”.

7. Tin Machine-Tin Machine (Virgin, 1989) 
David Bowie quiso poner fin a su desnortada década de los 80 con esta probatura, limítrofe con el heavy rock y en connivencia con las guitarras de Reeves Gabrels y Adrian Belew y los hermanos Hunt y Tony Sales (la base rítmica del Lust For Life de Iggy Pop). Adiós a los ritmos sintetizados y a la radiofórmula. Bienvenidas la furia, los baquetazos secos y las guitarras distorsionadas. El giro desconcertó a público y crítica. Y se ganó algunos palos (por parte de esta última) que, en vista de la evolución posterior del rock alternativo norteamericano, quizá merecerían ser reconsiderados. Pesaba mucho el nombre, claro.

8. Bruce Springsteen-Nebraska (Columbia, 1982) 
Nebraska marca un punto de inflexión en la extraordinaria secuencia de álbumes que Springsteen despachó entre 1973 y 1984: aquel en el que la megaestrella se permite hacer lo que le viene en gana, editando un puñado de canciones oscuras en formato demo, marcadas por su sórdida narrativa y el aliento acústico de quien ya no necesita una gran banda a su lado para hacerse escuchar (aunque remozase algunas de estas canciones sobre los escenarios años más tarde). Diez postales en blanco y negro de la América oculta que sentaron las bases para los aclamados The Ghost of Tom Joad (Columbia, 1995) y Devils & Dust (Columbia, 2005). ‘Americana’ antes de que se patentase el término. Con todo, vendió más de un millón de copias.

9. Metallica/Lou Reed-Lulu (Warner, 2011) 
A los pocos meses de su edición, ya andaba lamiéndose las heridas por la cubetas de saldos de los grandes almacenes de discos. Lo que da una idea de la abierta incomprensión con la que fue acogido este álbum, tanto por los fans de Metallica como por los de Reed. Los primeros seguramente lamentaron el carácter subalterno de James Hetfield y los suyos al mullir un abrasivo colchón sonoro para las últimas divagaciones en vida del neoyorquino. Los segundos encajarían con extrañeza la inexpugnable aspereza de la última maniobra de un músico que, equivocado o no, se esforzó (como Young, como Walker) por probar que lo senil no tenía por qué ser predecible.

10. The Rolling Stones-Their satanic majesties request (Decca, 1966) 
Primer álbum en el que Bill Wyman compone algo (In Another Land), el disco psicodélico de los Stones figurará por los siglos de los siglos como una completa rareza en su trayectoria: a dos mil años luz, más o menos, del canon rythm’n’blues y rock que les consagró, y siempre a la sombra del Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de los Beatles, publicado meses antes. No volvieron a intentarlo. Nos legó She’s a rainbow y 2000 light years from home. Y otra secuela más desafortunada (aunque ahí la voluntad de la banda tenga poco que ver): la de que su título haya servido como extenuante latiguillo de telediario, paradigma del tópico al por mayor.

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